domingo, 31 de octubre de 2010
SI YO FUERA PAPA
Creo que no me gustaría ser Papa. Por ejemplo, eso de viajar a Santiago sin poderme tomar unas tazas, ni irme a comer a “El Bombero”, me iba a causar una enorme frustración. Lo mismo que ir a Barcelona sin darme una vuelta por “La Boquería”. En cambio, me vería obligado a celebrar una misa rodeado de una antipática pléyade de clérigos (toma esdrújulos).
Por otra parte, me parece que mis posibilidades de ser designado sucesor de Pedro son más que limitadas. No sólo carezco de influencias en el Colegio Cardenalicio, sino que ni siquiera conozco a un solo cardenal. ¿Qué digo? ¿Cardenales? ¡Pero es que no sé quién es ni cómo se llama el párroco de mi barrio! En verdad, no he tratado con él, ni con el sacristán, ni con los monaguillos. Cierto que tengo un hermano cura, pero vive muy lejos y, cuando coincidimos, no solemos tratar asuntos eclesiales, sino tan sólo familiares; nos tomamos unas cañas y nada más.
De ese modo y en tales circunstancias, todo lo que aquí escriba pertenecerá al ámbito de la más lejana utopía y carecerá de valor práctico. Queda avisado.
Bien, pues en muy hipotético caso de que, salvados esos obstáculos, me viera hecho Papa, aboliría inmediatamente el papamóvil, que es un vehículo feo, lento, hortera y nada apto para ligar. Y lo de ligar no lo digo por mi, que ya no estoy en edad, sino como mera cuestión genérica. No me veo a un Pontífice asomando desde su vitrina hacia un mini ocupado por una pija monísima y espetándole: “¿subes, chati?”. También cambiaría los uniformes, tanto el de gala, como el de diario. El blanco es muy manchoso y mi perro tiene la manía de ponerme las patas encima en plan cariñoso. Si me pone perdidos los pantalones de pana, ni te cuento lo que sucedería con la sotana papal. Además, esos faldumentos seguro que impiden la práctica de cualquier deporte y se enredan en los taburetes de los bares. Lo del deporte me parece irrelevante en mi caso, pero lo de los bares sí que sería molesto. La clientela se mondaría de risa cada vez que yo ensotanado me desplomara sobre el pavimento, incluso en estado de perfecta sobriedad.
Lo que sí estaría bien sería lo de la infalibilidad. Podría, por ejemplo, proclamar ex cathedra los resultados de la jornada de fútbol. Entonces habría una panda de fanáticos que lo tomarían al pie de la letra y se gastarían una pasta en quinielas. Pues se iban a llevar un chasco de cojones, porque, como no se trata de una enseñanza dogmática en asuntos de fe y moral, seguramente no habría acertado ni una. Me iba a reír una barbaridad, ya lo creo.
De todos modos, ya he dicho que ni me apetece ser Papa, ni creo que tenga la más mínima posibilidad de serlo.
Nota bene: ¡He retornado a mi viejo blog!
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