lunes, 11 de abril de 2011

MENGUANTES



No sé si me salgo del tema nada más empezar, pero es que acabo de acordarme de la doctrina economo-pecuaria del famoso Barón de L’Épargne, que en pleno siglo VXIII ya había intuido soluciones económicas hoy en boga, como si fueran alguna novedad. En concreto me refiero a la propuesta de ligar salarios a productividad. ¡Vaya descubrimiento! El Barón de L’Épargne hace más de doscientos años formulaba brillantemente su tesis, si bien lo hacía con elegancia, mediante metáfora, y no con tanto vulgar tecnicismo como hacen nuestros economistas de hoy. Dice el Barón en su opúsculo “Le Philosophe en campagne”: “Ved cómo ese establo de vacas produce una cantidad de leche insuficiente, insignificante diría yo. ¿Qué hará el desdichado granjero que sufre tal inconveniente y carencia? El filósofo responde: ¡infeliz! ¿Qué has de hacer, sino reducir el pienso a tu ganado? Lo que resumo en breve: a menor productividad, menor recompensa...”
Es una lástima que el sabio Monsieur de L’Épargne acabase sus días en la guillotina en el año de 1792. Incomprensión y mala leche de las turbas, como siempre.
Pero, volviendo a la cuestión: no se si se habrán dado cuenta vuesasmercedes de que están menguando, se están quedado en nada con tanta merma. Yo acabo de descubrirlo y no puedo decir que me haya alegrado mucho, sino todo lo contrario.
Dada nuestra condición de artículos de mercado, miren si no es verdad que cada uno de nosotros se ha quedado en saldillo. Ahora están más baratos, porque les van a pagar menos, o ya les están pagando menos; llevan una etiqueta de caducidad alarmante, porque están o pueden estar trabajando en precario; son producto fácilmente desechable, ya que despedir cada día es más sencillo, con o sin ERE...
Estamos, en consecuencia, francamente devaluados, decididamente menguantes. Parece ser que ya no generamos plusvalías, sino más bien “minusvalías”, por llamarle a eso de alguna manera. Un día de estos vamos a tener que plantearnos arrearle una patada al mercadillo. ¿O no?

sábado, 9 de abril de 2011

miércoles, 6 de abril de 2011

ELOGIO DE BERIA



Sí, me refiero a Lavrenti Pavlovitch Beria (Лаврентий Павлович Берия), el hombre de aparato por antonomasia, el guardián celoso de Pepe Stalin y su hegemonía absoluta. En toda organización política tiene que haber un tipo así, o las cosas no funcionarán como es debido. Un Beria tiene que manejar los hilos, pero, sobre todo, la podadera. No fue él quien inventó aquel famoso aforismo político: “el que se mueva no sale en la foto”. Era algo más radical y el que se movía durante la gran purga, más bien iba a parar al GULAG o al pelotón de fusilamiento. Sin embargo, la doctrina básica venía a ser parecida.
Ernst Röhm, el Oberster SA-führer también fue un eficaz hombre de aparato. Sin él el ascenso de Adolf Hitler hubiera sido imposible del todo.
Lamentablemente este tipo de personaje imprescindible y eficiente no suele ser especialmente popular; ellos crean en torno a sí una imponente red de obligaciones, pero no menos extensa es la niebla de rencores y envidias que se granjean. De facto, tanto Beria, como Röhm, acabaron de muy mala manera, eso es sabido.
En modo alguno se me ocurriría comparar nuestras organizaciones democráticas con partidos como el PCUS o el Nacionalsocialista, no me tomen el rábano por las hojas. Los aparatos políticos de los partidos democráticos no se dedican a la eliminación física de disidentes, ¡qué disparate!
Sin embargo, alguien tiene que encargarse de que el personal no saque los pies del plato y de que todo marche armónica y ordenadamente dentro de casa. Para ello hace falta un sacrificado que asuma la ingrata labor de encumbrar y defenestrar a discreción, aún a sabiendas de que al final nadie le va a agradecer esa denodada tarea.
Así que me parece injusto que Beria haya pasado únicamente a la historia como un auténtico hijoputa, que sí que lo era; pero también un sujeto abnegado que dejó lo mejor de sí al servicio del Partido, por el que se hubiera dejado cortar las manos e, incluso, el pescuezo.