miércoles, 19 de diciembre de 2007

EL CONEJO DE PUXEU


El Secretario General de Agricultura y Alimentación, don Josep Puxeu (no confundir con “Pujeu”, que sería tanto como “subid” en Catalán, tal vez con referencia a los precios) nos recomienda que comamos conejo en Navidad. Toda una ocurrencia: “una carne sana, ligera, muy apetecible y barata”, calificaciones también aplicables a otras carnes, como, por ejemplo, la carne de membrillo.
Este tipo de consejo siempre se le ha dado a los pobres, quienes deben cultivar la sobriedad, junto con otras virtudes, como la resignación, la laboriosidad y el respeto a sus superiores. No puede ser que los del eufemístico mote “menos favorecidos” se emperren en zampar cordero, cochinillo, capón gallego y otras bestias reservadas a la mesa del señorío. No digamos nada de la langosta, el camarón y la angula, manjares sólo asequibles a la imaginación, ni siquiera al bolsillo, mejor provista o provisto.
En una sana economía liberal de mercado, el control de los precios por parte de la autoridad competente sería un exceso rayano en la herejía; de modo que el comprador elige con plena libertad entre el besugo cantábrico y el chicharro congelado. Como todo marcha a lo mejor en el mejor de los mundos posibles (Pangloss dixit), no es la codiciosa mala leche de unos cuantos intermediarios conchabados lo que hace subir los artículos alimenticios hasta límites inconcebibles, sino una serie de benéficas leyes, cuyo principal efecto es el de poner a cada cual en su sitio. Así pues, que nadie se oponga al benéfico flujo de estas normas de la naturaleza, y menos una Administración razonable y económicamente correcta.
Y, volviendo a lo del conejo, este pecador confiesa haber liquidado numerosos ejemplares en su pretérita etapa de cazador de escopeta y perro. Solía prepararlos al ajillo, o asados con all i oli, o en escabeche... Hay muchas maneras de tratamiento para el excelente lepórido campestre. También el primitivo conejo casero, el alimentado con hierba y sobras de verdura, aún cuando mucho menos exquisito, tenía su aquel. Pero, oiga, señor Puxeu, los actuales conejos industriales, le aseguro que no valen un pimiento. Aquella carne recia y aromática nada tiene que ver con la blanducha e insípida del nuevo mutante; tan poco como la del aguerrido pollo de corral con su epígono el triste paralítico que yace inmovilizado en las granjas modernas.
O sea, ilustre político alimentario: que el conejo se lo va a comer usted, si lo encuentra así de apetitoso.
Otra cosa es que un ciudadano astuto y gastronómicamente ilustrado no caiga en la estupidez de consumir los alimentos ritualizados para estas fechas, ya que existen numerosas y excelentes alternativas. Es un caso de rebeldía frente a la imposición consuetudinaria. Pero de conejo, oiga, nada de nada.

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