sábado, 26 de enero de 2008

UN LIBRO A LA BASURA



Es la primera vez que lo hago, palabra. Pero esta vez no he podido contenerme y he tirado un libro a la basura, allí donde residen las mondas de patata, las espinas de pescado, los restos de potaje... Toda suerte de inmundicias, en suma.
A veces hay que deshacerse de algún libro, por diversas razones. La principal de ellas es la amenaza de desahucio por parte de una esposa alarmada ante la invasión de papel impreso y encuadernado por todos los rincones del hogar. Otro motivo es la inoperancia de libracos obsequiados generosamente por los organizadores de congresos, jornadas y percances afines. Por último, el capítulo de las compras erróneas. Vaya, que hay varias causas para prescindir de uno o más tomos.
Hasta la fecha había recurrido a métodos menos humillantes para abandonar este tipo de criaturas no siempre inocentes. Enumero de menos a más denigratorio:
- Donación a biblioteca escolar.
- Donación a Ramírez, almonedista y librero de viejo.
- Abandono en la mesilla de un hotel, o en la desierta estantería de la casa alquilada para vacaciones.
- Exposición en la vía pública; por si a alguien le interesa la cría industrial de pollos, o la organización administrativa del Comune de Treviso.
- Lanzamiento en el contenedor de reciclaje de papel.
Pero nunca había tirado un libro al cubo de la basura, porque me parecía demasiado irrespetuoso; por aquello de que uno pertenece a la generación aquella en que se rendía cierto culto a la letra impresa.
El libro que he tratado de modo tan infamante se titula “Sangre azteca” y viene firmado por un tal Gary Jennings; aunque luego me he enterado que la culpa no le es directamente imputable, ya que el editor le encargó a un negro redactar el bodrio a partir de cierta obra inacabada del señor Jennings y algunos apuntes del presunto autor, tras el fallecimiento de éste. Me da lo mismo. Repártase la responsabilidad entre el difunto, el negro y el editor pesetero. ¡Vaya mierda de producto!
Mira que la moda de la novela “histórica” ha arrojado sobre la superficie del planeta toneladas de infraliteratura, pero debo afirmar que el libraco en cuestión (q.e.p.d.) era todo un record.
No pienso perder el tiempo explicando por qué hago un aserto así de rotundo, porque el tocho no se merece ni el honor de la crítica. Sólo pretendo compartir con mis eventuales lectores una experiencia tan insólita, la de arrojar un libro al cubo de la basura, y también lanzar una maldición contra el editor canalla, contra el negro inescrupuloso y sobre la tumba de Mr. Jennings.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía, qué soponcio. Yo jamás me he deshecho de un libro. Y mira que tengo libros malos, eh... Este animismo bibliógrafo me está matando.

Willy Dyc dijo...

mmmmm...

Acabo de recordar que tengo pendiente de quema, en la esquelética barbacoa que tengo en la terraza, de SOY CHARLOTTE SIMMONS de Tom Wolfe.

La basura sería un destino demasiado indulgente para este tocho, que me robó demasiadas horas hasta la verificación de su catadura repugnante.

Salud!