miércoles, 25 de febrero de 2009

CONCURSO DE VERDUGOS



El barón visigodo (tardío) Funámbulo Errático, poco tiempo antes de su histórico apuñalamiento a manos de sayones locales, dicen que andaba grandemente mosqueado contra el Conde Talancio Cejas. Ese reconcomio contra el prócer vecino venía a cuento, más que nada, de que el propio Funámbulo aspiraba a ser conde en lugar del conde, lo que tiene su lógica, si consideramos que conde es más que barón, y mucho más que barón visigodo (tardío). El conde viste más lujosas hopalandas, transita en palanquín de ocho porteadores, se hace servir cochinillo y ostras cuando le place y tiene asiento preferente en justas y fiestas palatinas. Pues ahí estaba el quid de la cuestión, mira qué fácil.
Así que nuestro barón visigodo siempre andaba ideando infundios, triquiñuelas y socaliñas contra su declarado enemigo, con el objeto de verle desposeído de honores y prebendas, humillado y envilecido, postergado y vilipendiado por la plebe; y así ascender él mismo, el propio barón, al elevado solio del condado, famoso por lo mullidito y confortable que resultaba.
Así fue, que, en este permanente maquinar, hizo difundir a los heraldos y pregoneros un bando famoso, que rezaba (en síntesis):
“El Conde Talancio Cejas es un blandengue, que hace dar tormentos livianos y llevaderos a cazadores furtivos y otras lacras feudales. Ése, ni es conde, ni es nada de nada”.
Mucho se afligió el aludido ante dicterio tan lacerante y molesto. También porque él era de suyo benévolo y apacible, nada inclinado a conductas vesánicas o crueles. Más aún se consternó cuando trajeron a su presencia a un sujeto bajito y bisojo, quien aseveró a berrido limpio:
- Soy la voz del pueblo, y, en mi condición de voz del pueblo, digo que el pueblo exige sangre, vísceras y humos de hoguera. Ya basta de que los malhechores del reino sólo reciban seis docenas de azotes, antes de ser desnarigados y arrojados a la pestilente espelunca.
- Pestilente espelunca es una aliteración, ¿verdad?
Desconcertado, como se veía, al buen Talancio Cejas no se le ocurrió mejor cosa que responder, así al pronto, ante una acusación tan recia y descalificante. Luego se lo pensó un ratito e inquirió a sus cortesanos:
- Oye, y al mico éste, ¿quién le ha instituido en voz de la plebe?
- Los heraldos y pregoneros, sire. Es una putada, pero átame esa mosca por el rabo.
Así las cosas, el afligido prohombre optó por una inmediata réplica. Es decir, picó, como un pardillo.
- Pues ahora estoy considerando yo la posibilidad de ordenar que, como complemento de los azotes y demás, a los transgresores les metan un palito en la oreja, para que se fastidien. Eso lo voy a estudiar y ya veremos, ya veremos…
La réplica del furibundo barón no se hizo esperar:
- ¿Palito? ¡Qué mariconada! ¡Emasculación sumarísima! ¡Hay que cortarles las pelotas para que escarmienten!
- Pero… ¿Y si el transgresor es transgresora? Porque, entonces…
- ¡Bobadas! Pues entonces, se le somete primero a una operación de cambio de sexo y luego se le capa. ¡No hay que andarse con chiquitas!
Y es que el Barón visigodo (tardío) andaba aquella temporada especialmente irritable; dado que cierta dama palaciega muy ingeniosa y de algún predicamento en la corte había hecho que le colgasen del escroto al barón – a modo de donaire – una docena de nécoras. Eso molesta, tiene que molestar, seguro.
Arreciando la polémica, preciso fue convocar un concurso de verdugos, a ver a cuál de los candidatos se le ocurrían tormentos más aflictivos y humillantes contra los leñadores furtivos, los blasfemos en público, los ladrones de gallinas y otros delincuentes comunes.
Entre tanto, y aprovechando la feliz coyuntura, ciertos cortesanos poco escrupulosos seguían metiendo el cazo muy a su sabor en las arcas del público erario.

No hay comentarios: