viernes, 25 de diciembre de 2009

Notas biográficas sobre Henry Purcell (Extracto de un artículo de Pere Masover)



El gran músico catalán Enric Porcell hubo de irse a Inglaterra porque no tenía más remedio que hacerlo, no por una decisión suya deliberada; se fue porque las circunstancias no le permitían hacer otra cosa.
Esto sucedió durante el reinado de Jacobo II, que era un monarca de bastante buen carácter y tolerante con casi todas las religiones, lo que no impidió que se viera obligado a salir por piernas en 1688 por desavenencias con el Parlamento y porque no tenía ningún interés en acabar de mala manera, como le pasó a Carlos I de Inglaterra, su antepasado.
Enric Porcell, una vez instalado en Londres, tuvo que adaptarse a las costumbres de allí, tan diferentes a las de su Balaguer natal. Le costó un poco prescindir de las cocas y de la escudella, pero acabó habituándose a comer rosbif y pescado frito en grasa de no se sabe qué y a tomar agua hervida a las cinco de la tarde. Uno se acaba haciendo a todo, con un poco de voluntad e interés.
Ya sabía algo de inglés antes de mudarse, porque era aplicado desde muy pequeño, de modo que enseguida lo pudo hablar con soltura y sin que nadie se metiera con su acento catalán. Ellos le notaban que era extranjero, pero no identificaban su forma de pronunciar; igual podían tomarlo por holandés que por austriaco, pero ni se les ocurría que aquel acento fuera catalán, y no como en Castilla, que inmediatamente le calaban.
Naturalmente tuvo que cambiarse de nombre y en vez de Enric empezó a llamarse Henry con el objeto de evitar preguntas capciosas. Con el apellido lo tenía más fácil, porque con escribirlo como se pronuncia, pues listo: Purcell y ya está. Así que comenzó a llamarse Henry Purcell y a triunfar en la corte.
En la corte de Jacobo I le fue bastante bien y, como él no se metía en política, las cosas no empeoraron con la subida al trono de Guillermo III de Orange y su señora, que se llamaba doña María. Él siguió componiendo música y cobrando sus emolumentos con puntualidad británica. Además conoció a un clérigo de Chelsea que tenía un colegio de señoritas muy elegante y eso le vino de perilla.
Enric (ya Henry) tuvo que inventarse también una biografía, tarea en la que resultó inapreciable la ayuda del clérigo de Chelsea, que era un redomado embustero. De este modo parecía ya inglés por completo y, de hecho, entre Henry y su amigo consiguieron quedarse con todo el mundo, hasta tal extremo, que en todas las historias de la música figura la falsa biografía como buena, así que no lo harían tan mal.
Purcell (antes Porcell) iba muy frecuentemente al colegio de señoritas con el achaque de dar clases de solfeo, pero en realidad acudía allí con el objeto de alegrarse la vista y tocarles el culo a ciertas pupilas bastante permisivas. Precisamente escribió una pequeña ópera para que se lucieran dos de ellas especialmente tolerantes y receptivas respecto a las manías del rijoso compositor. Así fue cómo las señoritas Pinkerton y Brown (Lucilla y Rosebund respectivamente) fueron muy aplaudidas en el desempeño de los personajes de Dido y Belinda con ocasión de la función navideña anual.
La Ópera se llamó “Dido y Eneas” para despistar, en lugar de llamarse “Dido y Belinda”, como él había pensado inicialmente.
Como seguramente el lector se estará preguntando por qué acabaría marchándose a Londres un músico catalán tan extraordinario, será preciso aclarar que lo hizo a causa del centralismo y la barbarie que reinaban en la corte de Carlos II el Hechizado, donde los ignorantes palaciegos y hasta los pajes más insignificantes se cachondeaban de su cerrado acento catalán. Los cerriles y envidiosos castellanos apreciaban a regañadientes sus cualidades musicales, pero remedaban su habla y se desternillaban de risa contando chistes sobre catalanes ahorrativos en su misma cara. Por eso decidió que ya estaba bien y que se iba a Inglaterra.

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