lunes, 21 de diciembre de 2009
UN VERDADERO AGUAFIESTAS
La importancia de los idiomas en la educación cada día vamos teniéndola todos más clara. Por muy bien articulado que esté un sistema educativo y por muchos recursos que emplee en él el Estado, si no se cuida el estudio de todo tipo de lenguas, todo habrá sido en vano y habremos estado perdiendo el tiempo.
Así lo pensaron los papás del joven Daniel, quienes residían como emigrantes en un país extranjero, Babilonia en concreto, y por eso habían sufrido la amarga experiencia de tener que enfrentarse a una nueva vida sin el adecuado dominio de la lengua local. El día que su chico, ya adolescente, les planteó su propósito de seguir la carrera de profeta, ambos convinieron en una misma opinión:
- De acuerdo; puedes matricularte donde quieras; la profecía puede ser un camino de porvenir, pero siempre y cuando te comprometas a aprender idiomas simultáneamente.
El muchacho comprendió que sus padres tenían toda la razón del mundo y se puso concienzudamente con el caldeo, el arameo, el hitita, el egipcio (hierático y demótico) y todas las lenguas de más uso y porvenir de la época, entre las cuales, como luego se demostró, el persa no ocupaba precisamente el último lugar. De día se preparaba seriamente para profeta y dedicaba parte de la noche al estudio de las lenguas. La abundante presencia de turismo internacional en Babilonia le resultó de gran utilidad para la práctica de diversos idiomas, pues solía acercarse en sus ratos libres por los famosos jardines colgantes, foco principal de atención para los visitantes extranjeros, y allí trababa conversación con ellos y, en particular, con damas solitarias, que veían en el apuesto israelita una valiosa fuente de información histórica, a la par que un interesante modo de establecer contacto más estrecho con la población local.
Consiguió Daniel a base de sacrificio intelectual y físico de todo género, no sólo acabar brillantemente su carrera de profeta y convertirse en un excelente políglota, sino también financiar en parte sus estudios merced a los generosos donativos de las mencionadas damas solitarias.
Así que cuando fue llamado a palacio por el propio rey Baltasar para que actuase como traductor, se hallaba en perfectas condiciones para cumplir su cometido.
Máxime porque la pintada que apareció en el salón del banquete y que tan intrigados tenía a sabios, comensales, esposas y concubinas la había hecho él mismo la noche anterior con pintura simpática, combinando sus habilidades lingüísticas con algunos trucos adquiridos en la escuela superior de profecía. En efecto, el uso de tintas simpáticas parece atestiguado desde el Egipto del primer imperio y, desde luego, ya en el siglo VII a.C. los profetas de Israel dominaron a la perfección gran cantidad de técnicas de origen egipcio, como la del bastón convertido en serpiente y otras semejantes.
Gracias a estos conocimientos y al libre acceso a palacio concedido anteriormente al todavía inexperto profeta por un Nabucodonosor a quien la historia recuerda como hombre más bien pusilánime, Daniel pudo colarse de rondón en la sala, pintarrajear la pared y marcharse tan campante, seguro de que a la noche siguiente el calor de los propios platos y el procedente de las antorchas harían el resto del trabajo, reavivando la pintura simpática. Nabucodonosor, el padre de Baltasar, no sólo era apocado, sino que unía a ese defecto una superstición enfermiza, así que en cuanto el entonces primerizo profeta le metió el alma en el cuerpo con cuatro artimañas de las más elementales, tuvo las llaves de la casa y hubiera tenido todo lo que le hubiera venido en gana, pero no quiso abusar y se limitó a aceptar el nombramiento de director general de sabios y magos de palacio, más que nada para poder contar con unos ingresos fijos.
Ya habían terminado el soufflé cuando en la pared comenzaron a dibujarse unas sombras cada vez más claras y patentes. La primera en verlas fue una de las concubinas, que estaba a cuatro patas en aquel momento y muy aburrida de aguantar en aquella posición las atenciones de su compañero de mesa, pero incapaz de faltar a las reglas del protocolo que regían los banquetes de Baltasar, famosos por su licencia y desmesura. La concubina examinaba atentamente la decoración de la pared que tenía en frente cuando comenzaron a aparecer las inscripciones que le parecieron al principio manchas de humedad:
- Alguien ha debido de dejar abierto un grifo en el piso de arriba.
Nadie le hizo caso, porque acababan de servir unos gansos trufados y los comensales se aplicaban a meter los dedazos en el sustancioso plato.
-¡Anda, pues si ahora parecen letras!
Baltasar interrumpió entonces la tarea de mordisquear un muslo de ganso y miró de reojo a la pared que señalaba la concubina. Como era un rey muy curioso y había heredado de su padre la manía de la superstición, reaccionó con algo de nerviosismo y mandó llamar a alguien que supiera leer, porque lo que es sus invitados no había que contar con ellos. El que más y el que menos estaba borracho o fornicando o las dos cosas a la vez y, además, la mayoría eran analfabetos a mucha honra.
Pero, como muy bien cuenta la Biblia y en eso tiene razón, ninguno de los magos y sabios de la corte era capaz de descifrar la escritura, lo cual es perfectamente lógico, porque el avispado Daniel la había puesto en un alfabeto universal que se había inventado para su propio uso y que sólo el conocía, y era una especie de taquigrafía especial que nadie sabía leer, menos él. De hecho, con poquísimas letras se podían escribir cantidad de frases e ideas con aquella escritura tan inteligente, con la que, por añadidura, se ahorraba mucha tinta y mucho papel.
Total, que cuando los sabios y magos se habían rendido y estaban hartos de que Baltasar y los demás comensales les tirasen migotes de pan, cáscaras de fruta y huesos de cordero, por ineficientes, clamaron afligidísimos pidiendo que se recurriera a Daniel, al que tenían una espantosa envidia, pero sin dejar de reconocerle mérito. Eso a los comensales no les hizo demasiada gracia, porque Daniel tenía fama de aguafiestas y los más veteranos recordaban con disgusto los hábitos de sobriedad espartana que Nabucodonosor había introducido en la corte a instancias del prudente israelita.
En efecto, Daniel era una persona ahorrativa a quien su madre había enseñado desde pequeñito a aprovechar la ropa y a reciclar los restos de la cena, motivo por el cual estaba indignado en aquellos días por el despilfarro que se gastaba la corte de Baltasar, en la que incluso habían hecho sacar los vasos de oro del templo para usarlos en el diario banquete. Daniel pensaba que bien podían apañárselas con la vajilla de diario y no desgastar tontamente unos cacharros tan costosos, que se podían abollar o ser sustraídos por cualquier desaprensivo. Esa opinión era compartida por la mayor parte de los israelitas inmigrantes.
Pues, como Daniel ya se maliciaba lo que iba a pasar, andaba por allí cerca a la espera y no tardó en presentarse en el salón haciéndose el despistado. El Rey Baltasar habló:
- A ver, profeta, léenos esos letreros, pero sin pasarte, que te conozco.
- Pues muy fácil: ahí dice: “MANE, THECEL Y PHARES”, vaya tontería.
Daniel se carcajeaba para sus adentros.
- ¿Y qué diablos es eso de mane...?
- Mane quiere decir, sintetizando: “el Señor ha puesto término a tu reinado”, pero añade algunas consideraciones sobre la monarquía hereditaria y luego se extiende en un discurso político bastante complejo sobre el origen del poder en varias naciones antiguas y modernas; por lo que respecta a la proyección filosófica y teológica de esta expresión...
- ¡Basta! Vamos a “thecel”.
- Sí, thecel, parece bastante claro: “has sido puesto en la balanza y has sido hallado falto de peso”; luego siguen otras expresiones alegóricas con sus glosas correspondientes, que en conclusión...
Baltasar se palpó el abultado estómago producto laboriosamente adquirido en años de banquetes ricos en grasa y proteínas. Aquello de la falta de peso le parecía una broma de mal gusto.
- Te dije que no te pasaras. Traduce lo de “phares” y ándate con ojo, que te veo venir.
- Pues la verdad es que con lo de “phares” la has cagado bien cagada, porque quiere decir “tu reino ha sido dividido y repartido entre medos y persas”. Luego explica los términos exactos del reparto con una contabilidad bastante precisa de lo que le toca a cada uno detraídos gastos. De hecho...
El rey Baltasar estaba ya en ese momento seriamente alterado y le salían todos los tics imaginables.
- ¡Eso no tiene ninguna gracia!
- ¡Ah! Se siente...
Fue en aquel momento cuando el ejército de Darío irrumpió en la sala del banquete y no dejó títere con cabeza, dato que Daniel poseía desde hacía un par de semanas gracias a su conocimiento de las lenguas, porque los medos y persas que andaban por la ciudad no se recataban de anunciarlo a voces en sus respectivos idiomas, sin que los habitantes de Nínive se percatasen, a causa de su desidia en el aprendizaje de las lenguas extranjeras. Los tomaban simplemente por turistas borrachos y se iban a su asuntos.
Daniel se escondió debajo de una mesa mientras duró la escabechina y cuando los persas se largaron con las sobras de la comida, se quedó dormido allí mismo.
Soñó con un foso lleno de leones, lo cual era premonitorio de otra anécdota en la que, como sabemos, al profeta sólo le puso a salvo su labia y su conocimiento de los lenguajes animales.
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2 comentarios:
Genial.
Se te ha colado un "David" en lugar de "Daniel" por ahí...pero genial.
No tengo blog, pero enlazaré el tuyo en los que de cuando en vez participo.
Gracias Tovarich, corregiré
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