sábado, 8 de mayo de 2010
LA PIPA DE LA DISCORDIA
La imagen que ilustra este comentario debe servirnos de ejemplo para no incurrir en delitos contra la salud pública. Ese jefe Pies Negros está fumando descaradamente en un lugar cerrado. También podemos observar cómo la señorita, probablemente una camarera del local, le insta amablemente a abandonar esa antisocial conducta, de forma tal que podemos hacernos una idea de cómo, sin trauma social ni individual, es posible aplicar una normativa razonable destinada a erradicar el tabaquismo.
La señorita de la foto gasta muy buenas maneras, y no como un vigilante de no recuerdo qué aeropuerto USA, un desaforado, en mi opinión. Yo me dirigí muy educadamente a aquel enorme caballero negro y le pregunté por una zona de fumadores… ¡No veas cómo se puso! “¡Aquí no hay zona de fumadores, no hay!” Ni que le hubiera mentado la madre, oye.
Pasando de la anécdota, digamos que el legislador sensato sabe que cualquier norma debe orientarse a mosquear al mayor número de ciudadanos posible; si esos ciudadanos estaban ya de por sí cabreados, miel sobre hojuelas. Estos momentos de crisis, paro y enjambre de dípteros tras las orejas de la ciudadanía, claro está que son terreno harto propicio para mosquear al sujeto de la ley. La ocasión la pintan calva.
Sigo divagando: la Ministra de Sanidad, doña Trinidad Jiménez es uno de los más preclaros florones de la corona que orna al gobierno Zapatero. Tras su fulgurante paso por la candidatura municipal de Madrid, protagonizó nuevos y brillantes episodios políticos, como aquel de la gripe A, equiparable en su opinión a la terrible peste negra del Medievo. Posteriormente blandió el estandarte del antitabaquismo con una exitosa ley calurosamente incumplida a lo largo y ancho del territorio nacional. En vista del éxito obtenido, se propone ahora endurecer la norma en cuestión. ¿No quieres caldo…?
Yo creo que esta señora y su coro de palmeros y jaleadores (muchos de ellos subvencionados) llevan lustros sin pisar una tasca normal, como, por ejemplo, las de mi barrio. Ya ni te digo un bar de pueblo. La gente toma sus cañitas, se fuma un pitillo y a nadie se le ocurre poner el grito en el cielo. Luego llega uno a casa y ya sabe en qué habitaciones se debe fumar y en cuáles no. Eso es de sentido común y, desde luego, de cortesía.
Por último, y sigo divagando, no sé de dónde se van a sacar las autoridades competentes la legión de espías y chivatos necesaria para que al Señor Ramiro le cierren su local (sito en una recóndita aldea) porque había unos paisanos fumando mientras jugaban al mus. Y eran bien europeos, ya que pagaron la consumición en euros contantes y sonantes.
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