sábado, 19 de febrero de 2011

LA RACIÓN DEL PEDAGOGO



Cualquier familia de patricios como es debido conoce y proclama la importancia de la educación. Es más, si a un paterfamilias le preguntan qué cosa valora más de cuantas lustran y son atesoradas en su prestigioso hogar, no hablará de sus lares y penates, ni mencionará los viñedos de la quinta que posee en Capua. No: la educación, la “paideia”, si es que se pone fino.
Por eso en toda casa que se respete tiene que haber pedagogo. Se trata normalmente de un liberto ligeramente excéntrico, cuya misión es ilustrar a los retoños de la familia sobre temas variados y prestigiosos. Las lecciones que Homero ofrece en su Iliada, con especial atención a las salvajadas del voluble Aquiles y a la taimada zorrería de Odiseo; o bien las atinadas observaciones geográficas de Tolomeo y las muy prácticas indicaciones médicas de Dioscórides. Cosa diferente es que los susodichos retoños presten alguna atención a toda esa sapiencia y no arrojen las tablillas a la cabeza del sufrido mentor, pero ése no es el asunto por ahora.
El pedagogo suele ser un individuo bastante sobrio, o, al menos, practica hábitos muy morigerados porque no tiene más remedio. Sin embargo los costes grandes o pequeños de su manutención y alojamiento está claro que cargan sobre el patrimonio familiar y se suman a los numerosos gastos de una familia patricia normal.
De vez en cuando una familia de esas características se ve en apuros para tranquilizar a sus acreedores y quedar bien en sociedad y se ve obligada a adoptar algunas medidas de sobriedad y contención del gasto. Es entonces cuando el paterfamilias repara en la ración del pedagogo. ¡Cáspita, por Mercurio! Resulta que el liberto en cuestión devenga un celemín de trigo, dos medidas de garbanzos y tres libras de vaca. ¡Qué barbaridad!
Prescindir del pedagogo, ni pensarlo, porque qué iba a decir la gente. Sin embargo, es posible convertir el celemín de trigo en celemín de cebada, las dos medidas de garbanzos, en una de habas secas y las tres libras de vaca se pueden sustituir por una libra de tocino rancio. Por añadidura, a las ordinarias tareas educativas, que no ocupan la jornada completa, se pueden añadir unas cuantas horas de otras faenas domésticas, cuales sean la alimentación de los puercos o la limpieza del patio. De esa manera reducimos gastos y “optimizamos” (así dice el muy analfabeto) el rendimiento del sujeto en cuestión.
El sujeto en cuestión es, como decimos, bastante sobrio y, por añadidura, resignado, ya que se ha formado por lo visto en la escuela estoica; así que se aguanta con los recortes alimentarios y, como mucho, maldice en griego por los rincones. Desde luego, ni se le pasa por la imaginación echar los pies por alto. ¡Minerva, que me quede como estoy!

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