sábado, 28 de mayo de 2011

DE MECANISMOS SUCESORIOS



Toda monarquía o poder análogo dispone, por fortuna, de una gran cantidad de fórmulas para la sucesión. Algunas de ellas son muy prestigiosas y eficaces, como demuestra lo longevas que llegaron a ser. Si hablamos de estabilidad, que por lo visto es el valor supremo, esa duración en el tiempo las avala.
Por ejemplo, los Reyes Godos se valieron de dos opciones alternativas de excelente resultado. La primera de ellas consistía en el asesinato del precursor a manos del pretendiente auxiliado por amigos y familiares. En algunos casos esta modalidad se efectuó de forma muy contundente, como sucedió con Ataulfo, asesinado por Sigerico, quien, decidido a apurar la jugada, también mandó asesinar a los seis hijos de Ataulfo. Claro que el ejemplo de tan oportuna medida cundió rápidamente, ya que al propio Sigerico duró menos que un pastel a la puerta de un colegio, pues fue asesinado a su vez muy en breve. En otras ocasiones eran los nobles (o “barones”, si se prefiere) quienes cooptaban al nuevo monarca por las buenas o por las malas. Se trata de mecanismos sucesorios algo sangrientos y bastante expeditivos, pero de gran efectividad, pues se perpetuaron unos cuatrocientos años. Propuesta válida, desde cualquier perspectiva pragmática.
Otro caso muy interesante fue el de la participación de la Guardia Pretoriana de la Roma Imperial en la sucesión de los Emperadores. No se trataba de un mecanismo propiamente institucional, pero sí de gran prestigio y efectividad prácticos. Los pretorianos elevaron al trono a Claudio, Otón y Domiciano, por ejemplo. En otras ocasiones facilitaron la sucesión mediante ejecuciones sumarísimas del titular del cargo, como sucedió con Calígula, Galba y Cómodo. Se trataba de un poder fáctico de gran capacidad arbitral, por lo que sabemos y queda probado. Tampoco se puede desdeñar una ejecutoria tan brillante y duradera.
En cualquier procedimiento sucesorio es malo que haya varios contendientes. Eso sucedió en la “Fitna” del Califato Cordobés, cuando la competencia desordenada entre Abderramán Sanchuelo, Hissam y Abd El Yabbar desembocó en la disgregación en reinos de taifas, cada uno a su bola. Y eso sí que no puede ser, porque semejante imagen de división puede alentar a los reinos cristianos a emprenderla a hostias con una división de este calibre. La unidad, real o aparente, es el otro valor consagrado que no se puede transgredir.
Sin embargo, lo más sensato y operativo es que el jefe nomine digito imperante a su propio sucesor, que es lo que hizo el Caudillo Generalísimo Franco al designar como candidato único a Don Juan Carlos de Borbón, y sin primarias ni paripés de ninguna clase.
A veces parece que no aprendemos de la Historia, “magistra vitae”, o que somos panolís o yo qué sé.

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