sábado, 27 de enero de 2007
COCINA BIZANTINA
Ayer tarde, como era viernes, y podía hacer el vago a mis anchas, me aposenté en el sofá frente al televisor sin mayor criterio selectivo. Esta feliz circunstancia me puso delante de los ojos un episodio que personalmente no dudaría en calificar de perverso.
Allí estaba un cocinero, acompañado de una periodista muy locuaz, dispuesto a perpetrar un plato moderno. Y el caso es que el malévolo individuo consiguió dármela con queso al principio, porque preparaba unos judiones de manera bastante canónica: sus verduritas, su cocción a fuego lento, su adición posterior de una pasta de tomate, ñora y almendras... Todo bastante bien, excepto que le atizó al guiso dos hojas de laurel tremendas, siendo así que el laurel, si no se emplea con mucha moderación, es capaz de eliminar todo sabor que no sea el suyo propio, pero hasta ahí la cosa me pareció tolerable.
Pero todo había sido engaño y fraude, ya que, finalizado el aceptable plato, el sujeto aquel procedió a molerlo implacablemente en la batidora y sumir el funesto puré en una copa de cóctel. No contento con eso, le añadió a la copa unas tiras de sepia cruda y lo ornamentó con unas verduras picadas y dos hojitas de rúcola. ¡Miserable!
Menos mal que la periodista parlanchina pagó parte de sus culpas viéndose obligada a ingerir el brebaje y declarar con evidente cara de asco que aquello estaba exquisito. Sin embargo, el principal culpable del delito parece ser que quedó más impune que el Otegui ése tan malo.
Y luego nos extrañará que los jovencitos ingieran hamburguesas cargadas de colesterol y pizzas abominables en dosis masivas. A ver si la Ministra de Sanidad, que se preocupa tanto por nuestra higiene alimentaria, interviene de una vez y prohíbe el ejercicio de la cocina estética fuera de galerías de arte y museos especializados.
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