martes, 23 de enero de 2007

GAMBERROS CON CATECISMO




El instinto gregario es uno de los rasgos más significativos de la mentalidad adolescente; tanto como la inseguridad que, de forma bastante frecuente, se manifiesta en actitudes violentas y agresivas.
En los últimos días hemos asistido a las llamativas asonadas juveniles del madrileño municipio de Alcorcón, una de las oscuras estrellas satélite que engordan en torno al Madrid descomunal e inhóspito. Casi al mismo tiempo en el País Vasco se producía el repunte de la violencia juvenil callejera, con el absurdo estrambote firmado por el Tribunal Supremo, que etiquetaba como terroristas a las pandillas antisociales de muchachitos “patriotas” (en su opinión).
Permítaseme introducir un paréntesis para observar que siempre que emergen por algún lado las nociones de “Patria”, “patriota” o “patriotismo”, seguro que alguien va a pagar los vidrios rotos.
Pues, volviendo a lo nuestro, la épica gregaria juvenil no necesitaría, en principio, un gran bagaje ideológico. Ahí están, como muestra, las diversas hordas futboleras, no sólo consentidas, sino alimentadas por los millonarios directivos de los equipos. Sí que necesitan esos muchachotes de simbologías varias, muchas veces inspiradas en movimientos totalitarios pretéritos, o, por desgracia renacidos. Imprescindibles el totem y el fetiche que doten de un rasgo de identidad a quienes no encuentran ni a tiros la suya propia individual, así que todos al rebaño con oriflamas.
La principal diferencia apreciable entre la vulgar banda de gamberros violentos, modelo Latin Kings, Ñetas o sus aprendices celtibéricos y las pandas del “talde” y la “kale boroka” parece ser una pequeña cobertura ideológica, tan pequeña que no pasa de un somero barniz patriotero, una especie de catecismo de bajo perfil. Si ustedes se toman la molestia de escuchar pacientemente a cualquiera de estos chicos, o dedica algo de tiempo a leer sus soflamas en la red, se quedarán con la boca de a palmo: menuda sarta de necedades históricas y políticas, que no resisten el análisis más simplón, oigan.
Lo que mejor le puede venir a una pandilla de enloquecidos inconsecuentes de este género es que se les asigne una etiqueta que a ellos se les antoje honrosa y enaltecedora: “terroristas”, por ejemplo. El fundamento pretendidamente épico de sus tropelías cobra entonces una dimensión gigantesca y, por añadidura, hace redoblar sus ansias de notoriedad, desembocadas, por desdicha, en nuevos descalabros urbanos.
En general, los adultos reaccionan con miedo no siempre racional, ante la presencia de cuadrillas de jóvenes exaltados y los medios de comunicación alimentan tales temores, en los que normalmente participan.
Indudablemente quien estas líneas escribe no es nada partidario de permitir que las bandas juveniles perpetren impunemente sus salvajadas; pero lo que no acaba de entender es cómo altas instancias de la justicia y otros poderes se dedican a decorar y satanizar sus supuestas hazañas. En el caso del Tribunal Supremo, digamos que hay un apoyo en la histérica Ley de Partidos, pero bien podían pensar los señores magistrados que su capacidad jurisprudencial es lo bastante amplia como para evitar meterse en un barrizal como el que se nos viene encima.
Sobre los orígenes sociológicos de la violencia juvenil, doctores tienen las altas instancias académicas, así que no voy a cometer la imprudencia de opinar en un campo en el que me declaro completamente profano. De momento me limitaré a manifestar que me parece bastante equivocado el modo en que se está tratando ese hecho tan lamentable.

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