lunes, 15 de enero de 2007


EL CROMOSOMA DE LAS PALABRAS

Muy puesto en razón, damas y caballeros, o, tal vez person@s, eso de que evitemos la discriminación sexista en el lenguaje.
No entiendo por qué “la humanidad” tiene que ser lo mismo que “el hombre”, y tengamos que escribir, por ejemplo: “el hombre es el predador más agresivo de todo el reino animal”, y no “la mujer y el hombre son l@s dos predador@s más agresiv@s, etc.”
No se me alcanza una razón por la cual “la libertad” tenga que ser femenina y, en cambio, “el derecho”, se vea obligado a ser masculino. ¿Y qué me dicen del neutro? “Lo natural” es una expresión neutra vaya usted a saber por qué. Ni que lo más natural del mundo fuera un hermafrodita, como el caracol, sin ir más lejos. Pero resulta que “caracol” es masculino, pese al sabido hermafroditismo del molusco en cuestión.
En la nomenclatura de los animalitos el lío es mayúsculo, verbigracia: una gacela, por muy Thompson que sea, sale en femenino en todos los documentales de la dos, y eso a los machos de la especie tenía que molestarles digo yo: “Oiga, que yo soy gacelo y bien gacelo, ¿qué se ha creído usted, señor Thompson?” Sin embargo, hablamos del ciervo y del orix con un insultante genérico masculino, porque aún en el primer caso se puede mencionar a la cierva, pero, ¿quién ha oído hablar de “la orixa”?
La cosa sigue complicándose en otras especies: “zorro” y “zorra”, “mono” y “mona”. De entrada, todos hemos aprendido de niños (cuando la escuela era escuela) aquello de la zorra y las uvas y también que “subió una mona a un nogal...”, o bien “aunque la mona se vista de seda...” Pues vamos a ver: ¿se trata de animales macho, o de hembras de la especie? No está nada claro. Tampoco sabemos por qué un sujeto es un zorro si es astuto y taimado y, en cambio, una mujer es una zorra cuando sale más puta que las proverbiales gallinas.
Con los vegetales suceden cosas muy raras, porque casi todos son transexuales, ya que las frutas, como la manzana, que eran neutras en latín, se han hecho femeninas en castellano. Y todo por la funesta manía de declinar que tenían los romanos. Como resulta que el plural neutro de la segunda terminaba en a y aquellos hedonistas no se conformaban con devorar una sola fruta, ¡hale, todas las peras y ciruelas a feminizarse por narices! En cambio los árboles femeninos de la cuarta declinación, todos machos por real decreto, ya que el acusativo en –um da –o masculino en castellano drecho.
A lo mejor aquí está el quid de la cuestión: los romanos, machistas redomados, inventaron la discriminación sexual en el lenguaje. Y, si no fueron ellos, serían los lingüistas encargados de hacer evolucionar la lengua: ¡Lapesa es culpable!
Hace pocas semanas asistí a una escena en verdad dramática, con ocasión de la puesta en marcha de cierta fundación cultural. Una de las participantes se puso hecha una furia y casi se niega a firmar, porque el notario, machista insensible y malévolo, había escrito su documento sin una sola @ y se obstinaba en mantener expresiones como “los abajo firmantes”. Es que no se puede aguantar.
Hay quien se atreverá a sostener que una cosa es el sexo (fenómeno biológico y no aplicable a toda la realidad nombrable) y otra el género, mero aparato gramatical, puñetera forma lingüística. Eso es que les falta una visión pan-sexual del universo, como si hubiera cosa más importante que los cromosomas x e y. No se enteran, la verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y fíjate que esa Real Academia, tan machista ella, entre las acepciones de "macho" que recoge aparecen "mulo" y "hombre necio".



(athini_glaucopis@hotmail.com)