jueves, 22 de febrero de 2007

IN VINO VERITAS



"El vino es el amigo del sabio y el enemigo del borracho. Es amargo y útil como el consejo del filósofo, está permitido a la gente y prohibido a los imbéciles. Empuja al estúpido hacia las tinieblas y guía al sabio hacia Dios"
Avicena

"El vino es una cosa maravillosamente apropiada para el hombre si, en tanto en la salud como en la enfermedad, se administra con tino y justa medida."
Hipócrates

Hace unos días este asno suyo, que lo es, arremetía aquí mismo contra la ley del vino propuesta por la Ministra Salgado. Hoy me entero con júbilo de que la susodicha ley ha sido retirada por el Gobierno.
Desde luego no participo del entusiasmo del PP, que sigue afeitando un huevo en eso de sacar partido de cualquier error o acierto gubernamental, siempre arrima el ascua a su sardina a tuerto o a derecho. Mis reparos van abiertamente por otro camino.
Más razonables me parecen las objeciones de los bodegueros y viticultores, que van a lo suyo con toda la razón del mundo, ya que la disparatada norma afectaría a un sector importante de la economía española, con todas las secuelas en empleo y riqueza que comporta.
Pero, sobre todo, me preocupa la actitud gazmoña y puritana que propicia la intervención gubernamental en un asunto de tanto arraigo en nuestra cultura. También me parece de preocupar el concepto de jóvenes y juventud, amén de educación, que subyace en el tumulto.
Traeré a colación una anécdota personal. Cuando en los Institutos había bares, y en esos bares se despachaba tranquilamente vino y cerveza, tuve el gustazo de recibir a Rafael Alberti en el que yo dirigía por aquel entonces en una ciudad andaluza. No era un acto cultural, ni cosa semejante, sino que el bueno de don Rafael se pasó a saludarme, honor que nunca apreciaré lo suficiente. Naturalmente la muchachada se enteró de que el poeta y un servidor se encontraban en el bar del Insti tomando una copa de Chiclana, y muchos acudieron a saludar. Al cabo de un rato habíamos juntado todas las mesas, salían a colación algunas botellas más y Alberti, no solo escuchaba atentísimamente los versos de unos cuantos vates noveles, sino que él mismo nos decía sus poemas con aquella gracia tan suya, tan entrañable.
No hubo ni una sola borrachera, y eso que allí nos dieron las tantas; ni una sola, excluida la tajada de poesía y bienestar que acabó embargándonos a todos.
Esta relación de jóvenes y adultos con un vino fresquito y sabrosa conversación no tiene nada que ver con el sórdido espectáculo del botellón clandestino, que parece ser el reducto al que se acabará empujando a los jóvenes con la historieta de que estén fuertes y sanotes. Los prohibicionismos conducen necesariamente a la clandestinidad.
Cierro, sin más razonamiento lógico, con una cita de Federico García Lorca: “me gustaría ser todo vino y beberme yo mismo”. ¿A que es políticamente incorrectísima?

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