domingo, 28 de octubre de 2007
EL TEATRO EN CANAL
Vaya la que se ha armado porque al arquitecto don Juan Navarro Baldeweg le han quitado el juguete. Un juguete gigantesco y millonario, por cierto: nada más ni nada menos que el Teatro del Canal, cuyas obras estaba dirigiendo este prestigioso señor (nadie pondrá en duda tal calificativo).
Arquitectos, artistas, clero, pueblo y militares sin graduación parecen haberse echado las manos a la cabeza ante tamaña tropelía.
Item más, doña Esperanza Aguirre, cada día más semejante en su bravura a la famosa Pentasilea, aguerrida reina de las amazonas, ha apostillado su hazaña con la afirmación de que el colosal coliseo será privatizado en cuanto la obrita haya finalizado, se supone que el año que viene, si el tiempo no lo impide y con el permiso de la autoridad competente.
Mientras, el astuto, sensato y algo deslenguado empresario don Enrique Cornejo, por quien profeso un sincero afecto, pese a ciertas diferencias ideológicas, dice que “Crean un monstruo y luego se lo sacuden”, así, como suena. Pues yo estoy completamente de acuerdo con tan osada afirmación. Claro que acto seguido don Enrique afirma que él piensa ser el primero en concursar, pese a todos los pesares. Está en su derecho y allá él con los riesgos, que no parecen pequeños.
Pero, volviendo a lo del monstruo, parece ser que nuestras autoridades de todo rango llevan años apostando por lo gigantesco y vistoso en materia de teatro y, en general, de cultura. No puedo restringir esta crítica a la actual batuta de doña Esperanza, ni a las administraciones regidas por el PP, ya que se trata de una tendencia lamentablemente generalizada, a la que otros partidos políticos, el PSOE sin ir más lejos, parecen haberse sumado con entusiasmo.
En cambio, vemos cómo, por ejemplo, los modestos centros culturales de barrio (o de pueblo) arrastran normalmente una existencia francamente gris y penosa, tanto en materia presupuestaria y de infraestructura, como de gestión, que, por cierto, en Madrid parece inminentemente amenazada por la privatización. Lo que faltaba para el duro.
Estos centros en raras ocasiones pueden programar teatro, puesto que casi ninguno dispone de presupuesto suficiente, ni de un espacio y de unos equipamientos adecuados y porque, cuando los hay, el local puede estar ocupado por clase de gimnasia de mantenimiento, o de sevillanas o de karate. Y lo digo porque me ha pasado a mi, nada de segundas manos.
Si de verdad nuestros regidores de todo pelaje y nivel quisieran jugar en pro de una política de difusión y amejoramiento de las artes escénicas, digo yo que no estaría mal que se bajasen del Olimpo y descendieran a terrenos menos ciclópeos y más prácticos. No parece muy probable.
¿Y las gentes del espectáculo? Pues ahí los tenemos, enfrascados en campañas tales como la de salvar el Teatro Albéniz, otro diplodocus, con perdón. Y no digo yo que me alegre la desaparición más que probable de la gran sala de la calle de la Paz, pero se me antoja que sería preciso encajar su permanencia en un proyecto mucho más amplio, un proyecto que tendiese a extender las representaciones teatrales de calidad a todos los distritos y todos los pueblos de esta Comunidad y todas las restantes.
Con el pastazo que están costando los super, macro, archi, megas, bien pudiera hacerse algo menos aparatoso, pero más adecuado a las necesidades culturales de la ciudadanía.
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