martes, 23 de octubre de 2007
MONÁRQUICO A LA FUERZA
MONÁRQUICO A LA FUERZA
La Monarquía Española es una institución capaz de sumirle a uno en una sima de contradicciones. Primero: su legitimidad, asentada en la Constitución, presenta sombras en el origen de su restauración a manos del dictador Francisco Franco. Segundo: a mi, y creo que a otra mucha gente, nos parece una figura un tanto extravagante la de un ente al que , en pleno siglo XXI, se otorga una prelación, por motivos de origen familiar o genético, sobre toda la ciudadanía. Son personas “de sangre real” (Si es de buena sangre el Rey, de tan buena es su piojo). Respecto a la actuación del Rey Juan Carlos I desde su acceso a la corona y años precedentes, digamos que tampoco las cuentas están claras del todo.
Luego viene lo del perfil humano del Monarca, que, desde luego, se ajusta a un perfil ibérico de muy buena aceptación para la mayoría de esta España nuestra. Debo confesar que el par de veces que me he encontrado frente a este caballero, he tenido una percepción bastante agradable, divertida, de su persona. Eso no cuenta en términos de análisis político, pero como a un servidor nadie le paga para meterse a analista político, me permito tirar por la calle de en medio. Otra cosa es la Familia Real como espectáculo público, carne de revistas del corazón y prensa afín (que es casi toda). Esta pandilla no me resulta nada graciosa, a decir verdad.
Sumido en tal confusión, hete aquí que doña Esperanza Aguirre y su protegido don Federico Jiménez Losantos vienen a sacarme de ella. Nada, que me hacen casi, casi monárquico. Mi fino instinto me dice que si esta pareja se pone impertinente o arremete con el Rey, pues algo tendrá el agua cuando la bendicen. Si los monos aulladores del 12 de octubre silban a Zapatero, cuando éste, acompañado del Rey, rendía el debido homenaje a los muertos por la Patria, no guardan el debido respeto al Monarca, ni a los muertos, ni a nada de nada, es que algo tendrá de bueno. Dándole la vuelta a la moraleja de don Tomás de Iriarte: “Si el sabio no aplaude, malo / si el necio aplaude, peor”, digamos que si el bárbaro abuchea, apoyemos al abucheado, zaherido o víctima de una impertinencia.
Me siento algo irritado por tener que sentirme ligeramente monárquico, yo, un republicanote de toda la vida.
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