jueves, 29 de noviembre de 2007

MAGDALENA NO SERÁ LAPIDADA




La ministra Magdalena Álvarez no será lapidada. Parece ser que también va a librarse de los cuarenta latigazos preceptivos, y no como la maestra Gillian Gibbons, que tuvo la mala idea de bautizar con el nombre del Profeta a un vulgar osito de peluche. Caso sorprendente, porque en los países islámicos que yo conozco, llamarse Mohamed, o sea, Mahoma, es algo así como llamarse Pepe por estos andurriales.
Nuestro particular consejo islámico – parlamentario ha librado de chiripa a la infeliz ministra de sufrir pena aflictiva y se ha limitado a humillarla y cubrirla de denuestos en la propia sede del tribunal.
A mi la gestión política de doña Magdalena no me interesa en este momento, porque ignoro su grado de responsabilidad en las calamidades ferroviarias de Cataluña. Esto de la responsabilidad de los políticos en los desastres técnicos y administrativos está fuertemente sujeto a la ley de la relatividad, como queda patente en lo que está sucediendo en Madrid con el sonado caso “Guateque”. La teoría y práctica de “llamarse Andana” parece asignatura de curso obligado en el abecedario del político astuto.
Lo que me parece innoble es el despeñadero en que se va precipitando la práctica parlamentaria de este País. Cada vez se confunde más la crítica con el insulto y la descalificación. Y esto de los modos y maneras no es cuestión trivial; máxime en una sociedad que prácticamente se conduce por cuestiones de imagen. Nos pasamos la vida lamentando que el ciudadano cada vez se aleje más de la política y aplique un rasero general para todos los partidos, y tal vez no reparamos en que ese descrédito lo están labrando en gran medida quienes convierten el Parlamento en una bronca de rufianes.
Los diputados y senadores tienen que hacer una seria autocrítica sobre el particular, porque se están jugando a los chinos una de las bazas más sólidas de una democracia. Y debo añadir que, como en todo, hay grados, y que la palma en las malas maneras la tiene hasta el momento el banco de los Populares. Exceptis excipiendis, claro está.

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