martes, 6 de noviembre de 2007
NUESTRO AMIGO EL REY
Es el título de un libro muy interesante de Gilles Perrault, cuya lectura recomiendo a quienes se hallen tentados por averiguar qué ha sido la historia de Marruecos en las décadas de reinado de Hassan II, historia que no ha sufrido grandes cambios desde el ascenso al trono de su hijo, el hoy reinante Mohamed VI. También recomendaría la lectura del documento “À qui appartient le Maroc”, de Moumen Diouri.
Sin embargo, es mucho más instructivo haber residido durante algunos años en el País vecino, privilegio que he gozado personalmente. Digo “gozado”, porque la relación con mis amigos marroquíes es un episodio impagable, tanto como la inmersión en la vida real del pueblo marroquí. Puedo calificar mis años de vida allí como una de las épocas más felices de mi vida.
Lamentablemente el día a día de los naturales no es precisamente un camino de flores. Prueba de ello es el hecho de que, cada vez que se les presenta la oportunidad, intentan largarse en pos de una vida mejor, tanto en términos de supervivencia, como en lo que respecta a libertades.
Ocurre que los intereses occidentales, tanto franceses, como españoles; incluso los nada desdeñables de Estados Unidos, van a permitir siempre que el gigantesco decorado, que la Monarquía Alauita tiene sólidamente instalado sobre la realidad marroquí, pase por bueno. Esto no es novedoso en política internacional, porque en ese ámbito hasta nos tragamos los Juegos Olímpicos de China, pasando por alto el permanente atropello a los derechos humanos que existe en la emergente (y más que emergente) potencia oriental. Recordemos la referencia del inefable Henry Kiessinger a “nuestro hijo de puta” (“Pinochet es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”), expresión también atribuida a Roosvelt a propósito del infame Anastasio Somoza, cualquiera sabe, pero está claro que funciona.
En estos días nuestra entrañable relación con Marruecos parece haberse enturbiado con la visita de nuestros Reyes a Ceuta y Melilla, ocasión de escándalo para las autoridades marroquíes. La maniobra de nuestro amigo el Rey de lanzar hacia el exterior la mugre acumulada en el interior no es nada nueva, y guarda cierta semejanza con la política franquista, con aquello de “Gibraltar español”, o “si la ONU tiene uno, nosotros tenemos dos”. Así que la reivindicación de las dos ciudades españolas en el Norte de África se replantea a la primera ocasión, con el resultado de una mayor o menor efervescencia patriótica a favor de su corona y tal.
Bajando a la más vil y patatera realidad, resulta que a los propios marroquíes del Norte les vendría como una patada en el culo la entrega de estos enclaves hispanos a Marruecos. Entre otras cosas, porque las endebles economías de ciudades fronterizas, como Tetuán, sin ir más lejos, dependen en gran medida del tráfico legal y, sobre todo, ilegal de mercancías a un lado y otro del Tarajal. Sólo por poner un ejemplo, en esa ciudad existe un mercado popularmente conocido como “la pequeña Ceuta”, surtido de todo género de productos procedentes de la ominosa colonia vecina.
Y no digamos nada de lo que opinan los ceutíes y melillenses, musulmanes o cristianos. Por supuesto que se les pone carne de gallina ante la mera perspectiva de pasar a la soberanía marroquí, y vaya si les sobran razones.
Total que pasará la polvareda, creo, y volveremos al habitual trapicheo político y económico en que consisten las relaciones hispano – marroquíes, que es lo que preside asuntos tan cruciales como el de la pesca, el del Sahara y tantos otros.
Entre tanto, nuestros Borbones van a ser objeto hoy en Melilla del mismo recibimiento delirante que tuvieron en Ceuta. Me parece completamente normal.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me lo han recomendado y lo leeré.
Publicar un comentario