jueves, 6 de diciembre de 2007

ACOMPAÑISTAS




No sé cómo se accede a estos puestos, pero el trabajo parece bastante bueno. No creo que resulte demasiado fatigoso, porque normalmente se les ve relajados y sonrientes; y tampoco debe de estar mal retribuido, ya que suelen ir bien trajeados y muestran una tez sonrosada y saludable, evidente síntoma de buena alimentación. Si se trata de señoras, pues lo mismo, pero en categorías femeninas, allí donde sea preciso diferenciar; como, por ejemplo, en lo que a peluquería se refiere.
En general gozan de un carácter bonancible, gustan de realizar entre sí comentarios ingeniosos y se palmotean la espalda con frecuencia, o se besan con sus congéneres femeninas al inicio de cada encuentro laboral. Esta gente parece satisfecha, lo que es muy de agradecer, si comparamos este buen clima con otros ambientes de trabajo más crispados.
Otra de las ventajas que gozan es la de trabajar en grupo; rara vez realizan su tarea de forma individual; en el peor de los casos, pueden ir en pareja o en trío; pero lo normal es que se muevan en colectivos más numerosos, que, en casos de gran jerarquía, pueden llegar a la veintena e incluso a la treintena de individuos. Estos grupos suelen estar bastante jerarquizados y los rangos se advierten con facilidad por la distribución física de los elementos, que se distribuyen del centro a la periferia en orden descendente de importancia. ¿por qué uno de ellos es más importante que otro? Eso ya es más difícil de determinar. Por ejemplo, yo he visto una acompañista femenina que estaba clamorosamente buena ocupando un puesto de última fila, en tanto que un tipo cincuentón feo y desabrido se situaba casi en el centro. Sorprendente.
En prácticamente todas las Administraciones parece haber un nutrido Cuerpo de Acompañistas adscritos a una personalidad concreta, o, tal vez, de utilización por distintas personalidades de la misma Administración. Cada vez que el prócer se desplaza a visitar una exposición de camafeos, o a inaugurar la misma plantación de arbolitos raquíticos de todos los años, inmediatamente se moviliza a los conductores de los coches oficiales y a los acompañistas, que siempre parecen hallarse igual de dispuestos y joviales, haya o no previsto piscolabis al finalizar el acto. Ellos acuden de buen grado, porque es su tarea y nada más.
Suelen llegar antes que el prócer o la prócer en pequeñas manadas. Se saludan, se palmotean, se besan... Se quedan por allí, hablando de sus asuntos.
- ¿Ha llegado ya Tarsicio (o Imelda)?
Porque ellos siempre se refieren al prócer por su nombre de pila, pues no faltaría más.
Cuando llega Tarsicio (o Imelda) los acompañistas son brutalmente apartados por los líctores para que el prócer avance con paso decidido al frente de la comitiva y pueda equivocarse a sus anchas, abrazando a un jubilado que pasaba por allí, en vez de al famoso poeta galardonado a quien se ofrecía el merecidísimo homenaje institucional.
Claro que no todos los próceres tienen derecho a comitiva de acompañistas. Eso depende de mando y tronío. Por ejemplo, un concejal de capital de provincia claro que tiene un buen surtido de ellos; en tanto que un mindundi de diputado o senador de filas ya puede irse buscando un pariente desocupado, si es que no se resigna a acudir solo a los escasos actos públicos a que es invitado.
Lamentablemente se están escuchando rumores sobre una posible privatización del servicio, lo que esperamos que no suceda porque entonces sí que se iba a producir verdadera alarma social.

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