miércoles, 5 de diciembre de 2007
ESAS DULCES ABUELITAS
Las vemos todas monas y arregladitas, de peluquería reciente, con sus abriguitos de cuello de piel... Seguro que les llevan pasteles a sus nietecitos los domingos, después de misa. No sé si misa de doce, de nueve, o de otra hora; pero, desde luego, de misa.
Luego, en la puerta del Ayuntamiento, o en la de Alcalá, escuchamos sus piadosas y caritativas letanías:
- ¡Zerolo, maricón!
- ¡Zapatero, asesino!
Y otros dicharachos más propios de burdel que de sacristía, emitidos en tono iracundo rayano en la ferocidad.
No parece que su comparecencia en las manifestaciones contra el terrorismo se produzca en alas de su conmiseración por las víctimas; tampoco por el repudio a la violencia; a la vista está que estos seres se manifiestan de forma tan violenta, como les permiten sus capacidades; por el contrario, el sentimiento que parece guiarles a las manifestaciones y concentraciones de diversa índole es una aversión salvaje hacia el Gobierno de España. Una aversión sólo comparable a la que experimentan la banda terrorista ETA y su entorno hacia ese mismo Gobierno.
Que nadie atisbe una actitud machista en este escrito, por haberlo referido en particular a las señoras. Es que eso es lo que más me ha llamado la atención en este momento, y tampoco voy por ahí presumiendo de puntual cronista o analista de la realidad en su conjunto.
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