jueves, 6 de diciembre de 2007

LEEN PERO NO PRENUNCIAN




“Tout les mots sont en danger de devenir synonymes”
Jean Paulhan


¿Y qué esperábamos? Nuestros estudiantes no entienden lo que leen. ¡Vaya novedad! Caso bien distinto es el de los españoles restantes, que, como no leen, no necesitan entender lo que en un caso hipotético leerían.
Nuestras autoridades educativas de ayer y de hoy han proclamado a voz en grito que era imprescindible lograr el acceso a internet para todos los escolares, incluso para los más pequeñitos. Objetivo que me parecería de perlas, siempre y cuando no se obviase otro mucho más humilde: que los escolares ésos aprendiesen a leer.
El problema de los estudiantes ágrafos no se puede limitar a los niveles primarios y secundarios, porque en todas partes cuecen habas. Este que suscribe se encontró varias veces (hace ya años) en la incómoda situación de formar parte de los tribunales que aceptan o recusan candidatos a profesor de enseñanza secundaria. Concretamente en la disciplina de Lengua Española y Literatura (creo que seguirá llamándose así). En alguna de estas ocasiones, algunos atónitos miembros del tribunal pudimos constatar que un elevado porcentaje de los examinandos, todos ellos licenciados universitarios, no habían leído “El Quijote” ni “La Celestina”, y escribían sobre el tema correspondiente a partir de unos apuntes de academia perfectamente identificables. Y, si ahí quedara la cosa... Pero es que también se daban casos de aspirantes que la única obra de Baroja que parecían conocer de primera mano era “El árbol de la ciencia”, porque en aquellos momentos resultaba ser la preceptiva en el correspondiente curso del Bachillerato. Idem de lienzo con Valle Inclán y “Luces de Bohemia”.
El anecdotarío es casi inagotable, pero, para muestra, un botón.
En los largos, y generalmente gratos, años en que impartí clases de secundaria di de vez en cuando con muy buenos colegas, obstinados en la tarea de crear hábito de lectura. Solían caracterizarse por partir de la realidad lingüística y social de sus alumnos y no aferrarse a un pasado utópico en el que los nenes salían de la teta para aferrarse directamente como leones a La Divina Comedia. Tampoco se les veía obsesionados con que los escolares de doce años conocieran a fondo los principios de la Gramática Generativa. Creo que les interesaba más que supieran hablar cinco minutos seguidos delante de sus compañeros sin trabucarse y también que fueran capaces de compartir con la clase media hora de lectura en silencio.
Culpar a los docentes y a las consecutivas administraciones educativas de la situación sería, no obstante, muy injusto. Lo cierto es que la educación “formal”, la que imparten escuelas, institutos y universidades, cada día se halla a más leguas de la “informal”, la que filtran los medios de comunicación, los audiovisuales en concreto, o la que circula por el ciberespacio, tanto en la red, como a través de los dichosos teléfonos móviles. Con la diferencia de que la primera de estas educaciones tiene muy poquito prestigio social, frente al desmedido que disfruta la segunda.
Confieso que no dispongo de soluciones prácticas para semejante problemón. Hago lo que todos por estas fechas: lamentarme.

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