martes, 12 de febrero de 2008

LA CUESTIÓN DEL VELO



Cuestión disputadísima por estas fechas: ¿pueden las señoras y señoritas musulmanas llevar velo en los colegios? ¿El velo integra, o, por el contrario, discrimina a sus usuarias? ¿Es la misma cosa una prenda de cabeza islámica que una ablación clitoridiana?
¡Todo un asunto de fondo!
En mis remotos tiempos de estudiante las aulas de la Facultad estaban llenas de monjas. Había monjas por todas partes; tanto así, que, si no estabas viendo una monja por los pasillos de la docta casa, era muy probable que la monja fueras tú mismo.
Y esas monjas, no es que llevaran cubierto el cráneo con sus tocas multiformes, es que iban cubiertas de arriba a abajo con unos hábitos de la más diversa hechura y colorido, si bien es verdad que los tonos pardos y negros eran los dominantes. También había de esas monjitas aerodinámicas, las de la Caridad, creo, cuyas tocas de amplias alas invadían el espacio con el mayor descaro.
Pues a nadie se le ocurría protestar, ni siquiera nos extrañaban unos atuendos tan singulares y, desde luego, símbolos evidentes de confesión religiosa.
Otros velos, algo más discretos y, en algunos casos, hasta favorecedores, eran los que llevaban las mujeres de la familia para asistir a misa, o a la novena. En Semana Santa ese hábito indumentario alcanzaba niveles de lujo, cuando las damas se plantificaban la peineta y la mantilla para ir de procesiones, o de sagrarios. Estaban francamente llamativas, elegantísimas, la verdad.
¿Y qué me dicen de la famosa danza de los siete velos? Ésa sí que es una forma interesante de lucir la prenda de marras, y, si no, que se lo digan al infeliz Bautista, que perdió la cabeza en el sentido estricto gracias al buen manejo de velo de la señorita Salomé. Precisamente la ilustración de esta paginilla corresponde a la imagen de aquella agraciada joven interpretada por Gustave Moreau.
Por lo que respecta al velo islámico, recuerdo una curiosa anécdota de los tiempos en que un servidor impartía docencia en cierta Universidad de un país del Magreb. Un buen día la estudiante más pizpireta de mi clase apareció cubierta con un hiyab y vistiendo chilaba. Manifesté mi perplejidad ante unos alumnos de confianza y ellos replicaron:
- Es que quiere casarse. De esta manera le será más fácil encontrar marido.
La verdad es que la pobre iba hecha un adefesio, desde mi punto de vista, pero estaba bien claro que tenía sus buenas razones para haber trocado la minifalda por el atuendo monjil.
A mi me parece que lo mejor sería dejar a las estudiantes musulmanas que se plantificaran en la cabeza lo que les pareciera más conveniente, fuera el hiyab, un sombrero de plumas, o un cucurucho de papel. No sé a quién pueden molestar con eso, aparte de a su propia estética personal.
Y, hablando de estética y gustos indumentarios, opino que andando el tiempo la coquetería femenina acabará imponiéndose inexorablemente a cualquier tradición que la contraríe. Siempre y cuando, ningún meapilas se emperre en hacer casus belli de una cuestión tan trivial.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un tema complicado... en el que creo que no hay una posicion mas correcta que otra. Yo creo que en la escuela publica, deberian dejar escoger a los padres de la niña siempre y cuando llevar velo no la eximiera de ninguna actividad educativa...

Anónimo dijo...

Apoyo la mocion de miriam y hago votos por la eficacia liberadora de la coqueteria femenina.