lunes, 11 de febrero de 2008
TEATROS DE DISEÑO
El viernes pasado fuimos a ver una función que estaba muy bien. Y eso sí que tienen mérito en los tiempos que corren. Pero ya digo que sí, que lo pasamos estupendamente porque todo estaba bien hecho. Era un texto muy original y divertido de Juan Menchero, que se llama “La eterna velada de Strass & Perlowitz”. Aunque parezca mentira, la obra está escrita en un castellano rico y bien manipulado y hasta tiene su conflicto, sus personajes y todas esas antiguallas, que algunos carrozas seguimos exigiendo. Pues, para que vean, se trata de un autor joven, al que aún no tengo el gusto de conocer, pero todo llegará.
El espectáculo había sido excelentemente dirigido por otro joven: Oscar Miranda, a quien sí tengo el honor de conocer, y lo interpretaban dos auténticos actores, dos actores como la copa de un pino: Arantxa Martí y Álvaro de Mayo, con el eficaz apoyo de las bailarinas Paloma Sánchez de Andrés y Marta Dalmau, que lo hacían más que correctamente. La verdad es que esto de hablar de teatro sin ponerme malévolo me hace sentirme algo raro, pero así fue y así lo cuento.
Claro que “no son todos ruiseñores los que cantan entre las flores”, y alguna pega tenía que haber. La representación tuvo lugar en el nuevo Centro Cultural Moncloa, de Madrid, que acaba de ser arreglado y puesto en marcha por las autoridades municipales. De la programación se ocupa la joven y animosa Ainhoa Amestoy, y debo decir que se está esmerando, pero...
Pues el pero es que el llamado “teatro” de ese centro no es un teatro, es cualquier cosa, menos un teatro. Alguien ha imaginado un espacio en formato de hemiciclo, o más bien de tarta de cumpleaños, esmerándose en que la visibilidad desde una buena parte de la sala fuera prácticamente nula. Este creativo ser se ha preocupado de que el escenario tuviera una altura muy, pero que muy limitada y que la “corbata” o proscenio, ese espacio que, con criterios menos artísticos, se extiende desde el telón de boca hasta el borde de la escena, supusiera no menos de dos tercios del espacio escénico total, que, a su vez, no mide más allá de veinte o treinta metros cuadrados dispuestos en forma circular, como es de rigor. El suelo de ese escenario es bien bonito, de un material evidentemente noble, con la pequeña pega de que ahí no se puede meter un clavo ni un tornillo para sustentar escenografía...
El día de la función que digo, había en el fondo un pequeño conjunto musical, de modo que los denodados actores se vieron obligados a hacer la función encima del respetable, porque allí no se cabía.
Un perfecto desastre.
Y lo malo es que no se trata de un caso singular. Son cientos los teatros y teatrillos a lo largo y a lo ancho de la ibérica geografía ideados por evidentes enemigos del arte dramático en cualquiera de sus formas y manifestaciones. Supongo que el político de turno convoca a un arquitecto, o diseñador, o lo que diablos sea, un sujeto o sujeta extraordinariamente creativo, un portento de imaginación y ambos se lían a elucubrar en términos de la más elevada y moelna exigencia estética, echan mano de abundantes recursos del erario público y sueltan su parida, lista para la inauguración. Pero sólo para la inauguración, porque aquello no dispone de condiciones espaciales ni acústicas, ni nada de nada.
Y digo yo: ¿tan difícil era asesorarse con alguien que tenga una idea, aún cuando somera, de qué rayos necesitan el teatro, la danza, o la música para desempeñar sus oficios en condiciones medianamente razonables? ¡Pero si sale muy baratito, incluso gratis, porque los de estas profesiones seguimos siendo unos pringados idealistas!
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