sábado, 29 de noviembre de 2008

MENS SANA IN CORPORE SANO



La cosa sucedió en Cádiz y, concretamente, en un partido de fútbol de alevines; es decir, entre niños de diez a once años.
No me resisto a comentarlo aquí por su alto valor educativo. Ya lo decían los padres jesuitas, que esto del deporte eleva el espíritu, fortalece el cuerpo y potencia lo mejor de las virtudes humanas. Por eso repitieron con ahínco la frasecita de Juvenal: mens sana in corpore sano.
Parece ser que el papá de uno de los niños, que oficiaba de técnico en el equipo perdedor, la emprendió a leñazos con el árbitro, con el resultado de un politraumatismo considerable y un ataque de ansiedad, tan violento, que el señor colegiado estuvo a punto de tragarse la lengua en pleno telele.
Y es que como dicen los sabios del balompié, “el fútbol es el fútbol”, sentencia que predican seguramente con la sana intención de diferenciar el deporte rey de otros afines, como las animadas peleas a muerte de los gladiadores del circo romano, las pedreas aldeanas de antaño, o los torneos medievales.
El fútbol es fútbol y no cualquiera de esas otras gozosas manifestaciones del vigor y la destreza humanos. Menos mal.
Personalmente no tengo nada contra el fútbol en sí, cuando fuéramos capaces de delimitar claramente lo que es una disciplina consistente en el enfrentamiento de dos equipos aplicados a la tarea de introducir un balón en una portería, bajo la atenta vigilancia de un colegiado y sus auxiliares. Hasta ahí bien.
Lo que sucede es que no queda ahí la cosa. En torno a ese noble deporte surge toda una marea de hostilidad, violencia y mala leche, que despunta incluso en un territorio tan insólito como el referido partido de niños, con el papá (subrayemos el dato) como bochornoso protagonista.
El negocio futbolero alienta incluso la presencia en su entorno de auténticas bandas de forajidos violentos, tiparracos que ostentan símbolos fascistas y, lo que es peor, actitudes fascistas. Sin ir tan al extremo, infinidad de aficionados acaba por fanatizarse de un modo inexplicable. Uno puede ver a un pacífico camarero o a un empleado de banco hecho una mala bestia en el estadio, insultando al árbitro y a los jugadores, congestionado, hecho un basilisco…
Es de desear que el estado de demencia del papá del alevín sea meramente coyuntural y efímera la lección recibida por el nene en la citada coyuntura. Claro que uno no es demasiado optimista sobre el particular.

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