sábado, 29 de noviembre de 2008

REFORMEN LA CONSTITUCIÓN



Acabo de recibir un tarjetón la mar de vistoso, mediante el cual se me invita a asistir al acto conmemorativo de la Constitución Española, que ya va cumpliendo treinta añazos, casi la mitad de la edad que cuenta el que suscribe.
En el sobre me llaman “Excelentísimo Señor” y todo. ¡Vaya puntazo!
Esta peregrina denominación procede de una circunstancia más o menos aleatoria, que me arrojó sobre un escaño del Senado en las Cortes Constituyentes, aquellas que parieron la Constitución de 1778. Digo que me arrojó porque debo confesar que por aquel entonces, tras haber disfrutado más de treinta años la Dictadura del General Franco, no tenía yo demasiado claro en qué consistía el trabajo parlamentario. Mucho menos qué carajo de Constitución íbamos a inventarnos allí. Las pistas más inteligentes me las proporcionó Peces Barba padre, todo un demócrata y todo un caballero, pero tampoco sus sabias enseñanzas acabaron de iluminarme por completo.
Sea como fuere, afirmo que en la cocción de nuestra ley madre no tuve mucha más participación que en el hundimiento del Titanic o en la muerte de Manolete en la plaza de Linares. Uno llegaba a la reunión del Grupo Parlamentario Socialista, le decían lo que había que votar, y Santas Pascuas. A veces, ni eso, porque no te enterabas hasta el mismísimo pleno.
No me quejo en absoluto, porque no creo que yo hubiera aportado gran cosa a un debate de esa naturaleza. De hecho, para una vez que intervine en el pleno debí de meter la pata a lo grande, porque me gané un chorreo a dos voces por parte de Alfonso Guerra y Peces Barba (hijo). Claro que no se me ocurrió mejor cosa que recordar la vocación republicana expresa en las conclusiones del reciente Congreso de mi partido, el PSOE. Errores de juventud.
Lo que sí me consta es que aquel sacro documento se elaboró en unas circunstancias muy especiales, con la sombra del franquismo aleteando sobre la cabeza de los españoles, con un Ejército nada claro en sus posiciones políticas y con una Iglesia demasiado clara (esto último, hasta fecha de hoy). Por otra parte, catalanes y vascos tiraban denodadamente de su puntita de la manta y eso también sigue ocurriendo. El bonito deporte de la “sokatira! No es patrimonio exclusivo de la nación euskaldún, según quedó entonces de manifiesto.
El resultado fue el que tenía que ser, y no creo que aquello pudiera salir mucho mejor.
Pasados todos estos años, creo que las cosas han cambiado bastante para bien, y subrayo para bien. Por ese motivo opino que sería cosa de repasar la Constitución y mejorarla de modo acorde con las actuales circunstancias.
No seré yo quien diga en qué sentido, porque para eso está el Parlamento, aunque sea un Parlamento de funcionamiento cuestionable, con una Cámara Alta de ignotas funciones, una disciplina de voto, que ni la gloriosa Wermacht, y unos reglamentos de aquí te espero.
Lo que sí estaría bien es que los distintos grupos políticos se alejasen de sus ordinarias cicaterías y, por una vez, pusieran sus aquilinas miradas en el conjunto de la ciudadanía. A lo mejor de esa manera se perfeccionaba nuestra Ley más fundamental y, de paso, mejoraba algo la imagen de los políticos y sus grupos ante todos los españoles.
Por cierto: no voy a ir a ese acto, pero no por nada, sino porque me aburren sobremanera esas pompas y solemnidades y, además, porque pienso irme a Pelahustán a tomar un poco de aire fresco (y tan fresco). Pero que conste que celebro que la Consti cumpla todos esos años.

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