jueves, 4 de diciembre de 2008

LENGUAS VIPERINAS



Parece que ha resucitado la vieja disputa sobre el valenciano y el catalán. Se trata de una cuestión completamente ajena a la lingüística, a la filología y al propio sentido común.
Se ponga como se ponga el gran lingüista Doctor Camps, protagonista de episodios grotescos, como el del inglés para la ciudadanía, el valenciano y el catalán son variantes dialectales de una misma lengua, como sucede con otros dialectos del catalán de Cataluña. Eso no es ni para celebrarlo ni para enfadarse, sino un hecho objetivo; como que los judiones de La Granja y las fabes asturianas son variedades de una misma leguminosa.
Lo que sucede es que la manipulación política del lenguaje no es ninguna novedad y que suele perpetrarse pasando por encima de cualquier consideración, no ya científica, sino meramente racional.
Quizá el ejemplo más llamativo del caso sea el de la Constitución Española (que, insisto, es preciso reformar) En aquel debate famoso se optó por llamar exclusivamente “castellano” al “español”, consagrando de esta manera una chapuza flagrante. Pero había que tener contentos a los nacionalistas para que tragasen en la negociación con algunos otros asuntos y los celebradísimos padres constituyentes se lanzaron a la piscina sin dudarlo un instante. Aún me acuerdo del sonoro cabreo que se agarró don Camilo José Cela y revivo mi propio estupor filológico ante tal demasía.
Pero no queda ahí la cosa. Los partidos de orientación nacionalista del País Vasco y Cataluña se han pasado cien pueblos en su política de asfixia lingüística, impidiendo en la práctica que se desarrollase una muy saludable situación bilingüe en las comunidades que ellos rigen. Esta faena no se ha ejecutado en beneficio de los ciudadanos, sino en provecho de los nacionalismos catetos y de su permanencia en el machito. Eso, descarado.
El padrecito Stalin también se metió a lingüista, parece ser que como consecuencia sobre su inicial fascinación por la fonética aplicada… Aplicada a identificar voces de sospechosos en conversaciones telefónicas. Y, ya puesto, se lió a especular tranquilamente sobre el tema. (José Stalin, "El marxismo y la lingüística". Ediciones en Lenguas extranjeras. Pekín, 1977.) Cierto que el camarada Iossif Vissarionovich Djugashvili no hacía nada a humo de pajas y parece que nuestros políticos contemporáneos, tampoco.
No es que yo quiera comparar a Camps con Stalin, porque Stalin tenía bigote y Camps, no. Por cierto, ¿cómo se dice “camps” en catalán? ¿Y en valenciano? ¡Anda qué coincidencia!

1 comentario:

no me persigas dijo...

dentro de muy poco necesitaremos volver a de dónde salimos para pedir un café y que te pongan un café

no quiero ser retrógrada

pero lo soy