jueves, 17 de septiembre de 2009

PROFES EN LA HOGUERA



Cuando un servidor se estrenó en la docencia (hace la friolera de cuarenta y cuatro años) la mayor parte de los muchachuelos y de sus papás estaban en la convicción de que estudiar servía para "algo".
Como mi debut se produjo en un instituto rural, ese algo consistía mayormente en perder de vista el tractor y la podadera, para convertirse en funcionario, en empleado de banco o, incluso, en maestro. Y eso que los maestros ganaban muy poco dinero, pero las familias de sus pupilos procuraban suplir parcialmente tal carencia mediante presentes de verduras y alguna que otra prueba de la matanza.
Eran tiempos en los que el bedel asomaba respetuosamente por la puerta del aula y proclamaba el ritual:
- Señor profesor: la hora.
En ciertos institutos el “señor profesor” disponía de un timbre para hacer acudir raudo (o no) al conserje. Una vez ese timbre falló, porque se había producido un corte de energía eléctrica y el “señor profesor” hubo de enviar a un discípulo en busca del bedel. Cuando este galoneado sujeto compareció, el docente le interpeló de esta guisa:
- Señor Manolo: ¿Puede informarme sobre qué causa, causas, motivo o motivos han ocasionado la suspensión, supongo temporal, del suministro de energía eléctrica?
- ¡Don José: es que se han jodido los plomos!
Sí que eran otros tiempos, sí. Por ejemplo, los chicos veían poquísima televisión; entre otras cosas, porque en todo el pueblo no habría más allá de tres televisores, y en blanco y negro. De hecho, los tres profes que compartíamos pensión nos íbamos bien abrigaditos al Centro Parroquial, si es que queríamos ver “Estudio Uno”.
Los alumnos solían ponerse de pie a la llegada del profesor, quien solía disponer de un cenicero en su mesa instalada en elevada tarima. Cosas por el estilo.
Cierto que el porcentaje de la población juvenil que cursaba bachillerato (elemental o superior) era más bien exiguo y que en una capital de provincias solía haber, como mucho, un par de institutos; un masculino y un femenino. Ya digo que eran otros tiempos.
Después se produjo la masificación en las enseñanzas universitarias y secundarias, brotaron institutos y universidades de debajo de las piedras… Pero la convicción de que estudiar servía para “algo” se desarrolló en orden inversamente proporcional. En general, descendieron las convicciones de cualquier género.
La educación suele ser un fiel espejo de las sociedades en las que se desarrolla. Para bien o para mal. Y nadie va a resolver sus problemas a golpe de decreto, como parece que quieren hacer algunos políticos para echar un mal remiendo en unas aulas efectivamente complicadas. Ni siquiera un “gran pacto” sacará de apuros una enseñanza que se halla en evidente crisis, entre otras cosas porque el mensaje educativo que imparte se da de bofetadas con el que imparten medios mucho más poderosos, como son las redes de información, los medios y la vida real en su conjunto.
Los profesores, particularmente en secundaria, están muy quemados en su mayoría, como prueban hechos como la demanda de jubilaciones anticipadas.
Mientras, la mayoría de los políticos marean la perdiz discutiendo si Educación para la Ciudadanía sí o no, o Religión sí o no, o si damos más clases en Catalán o en Castellano…
A eso se le llama coger el rábano por las hojas, me parece a mi.

1 comentario:

Alejandra dijo...

Mira, cuando se te lee a ti y acto seguido a una persona menor de cuarenta años, no puede dejar de llegarse a la conclusión de que la enseñanza antes necesariamente tenía que ser mejor.

Habría muchísima menos libertad, muchísimo más dirigismo, pero cuando se ve lo alambricado de las estructuras mentales de la gente que vivió aquello y lo llano de las contemporáneas, una se pregunta qué es lo que ha pasado...

La sofisticación es un valor demodé.