martes, 9 de marzo de 2010

PRETORIANOS



Cualquier emperador que se precie sabe que es imprescindible contar con una buena guardia pretoriana para sustentar su imperio. Sin pretorianos el poder está vendido, tiene menos futuro que un pastel a la puerta de un colegio.
Éstas son lecciones de la historia que los políticos nunca han echado en saco roto; porque, puede que no siempre anden muy espabilados para sacar al personal de atolladeros, pero en tocante a amarrar el sillón casi ninguno se chupa el dedo.
Claro que esto del pretorianismo tiene sus pequeños inconvenientes. Para empezar, el pretoriano medio gasta un apetito de lobo siberiano, de forma tal, que es imprescindible alimentarlo a conciencia para que mantenga esa inquebrantable lealtad que se le supone.
Y ahí viene el segundo problema: en cuanto un pretoriano deja de percibir los debidos emolumentos nutricios, tiende a encabronarse y hasta puede llegar a integrarse en complots para liquidarse al capo o emperador de turno. Eso fastidia infinidad.
Alguien me dirá que un emperador no es lo mismo que un alcalde de pueblo o ciudad de tamaño medio (Yo qué sé: como Chiclana, o Talavera, o Logroño, o…). Pues quien me objete en ese sentido, creo que se equivoca. Las lecturas de Suetonio, o las de Plutarco, o las de Maquiavelo están al alcance de cualquier modesto edil, exceptuados aquellos casos en que el edil de marras sea analfabeto funcional (a veces ocurre). En esa eventualidad, el munícipe habrá de conformarse con imitar el ejemplo de sus mentores y mayores. Más que suficiente.
La volubilidad de los pretorianos es, en cualquier caso, su rasgo más característico. Hoy entronizan a Calígula y mañana se lo escabechan sin pestañear. Pero eso sólo sucede cuando a Calígula se le va la olla y deja de sustentar a su rebañito de leales, o les escatima la ración de pienso. Hay que ser mentecato para caer en semejante error.
Por último, y por prevenir a los emperadores, ediles y otros detentadores del poder, advertiremos que la proliferación de cohortes pretorianas voraces puede acabar llevando a la bancarrota al erario público, circunstancia que obligará a restringir la cuota popular de pan y circo. Entonces el populacho, que tiene paciencia, pero no hasta esos extremos, tal vez se sienta ligeramente incómodo y la emprenda a hostias con el emperador y sus cohortes. Claro que esto sucede en contadas ocasiones y casi nunca por estos pagos.
Escrito en Madrid a nueve de marzo y a cero grados centígrados.

No hay comentarios: