domingo, 8 de mayo de 2011

OMERTÁ



(O cuando trabajamos para don Oreste Lupara)

Nuestra familia es una familia muy pequeña, una familia de tercera o cuarta fila y, sin embargo, debo proclamar con orgullo que somos hombres de honor y que jamás hemos faltado a la omertá. Por eso considero un privilegio haber colaborado con un Don tan importante y reconocido, como es don Oreste Lupara, si bien nuestro trabajo fue casi insignificante dentro de la magnitud e importancia de la operación.
Don Oreste necesitaba ejecutar al “Moro”, eso lo sabía todo el mundo. Si no lo hacía así, su prestigio sufriría menoscabo y no sería respetado por todas las familias. De hecho, ya había quienes se atrevían a murmurar a sus espaldas y su reputación podía quedar en entredicho, aunque parezca mentira. El caso es que ya habían transcurrido casi diez años desde que “el Moro” y su gente hubieran incendiado un par de buenas y productivas alquerías propiedad de la familia, y el autor de la fechoría no había recibido el oportuno castigo. Es que se había esfumado, se hallaba en paradero desconocido y ni siquiera los más avezados consiglieri y capiregime habían conseguido dar con el odiado sujeto.
Ya digo que alguna gente pensaba que el capo estaba perdiendo facultades y hablaban más de la cuenta de tapadillo. El tiempo y la astuta paciencia de Don Oreste les harían cerrar el pico de una vez por todas.
Porque, finalmente y cuando menos se esperaba, se hizo justicia y “El Moro” fue localizado, ejecutado delante de sus familiares y arrojado su cuerpo al mar. Nada pudieron hacer los sicarios que le escoltaban, pues también ellos fueron abatidos a tiros de recortada (“lupara”) por los muchachos. ¡Admirable y digna de admiración la legítima acción justiciera de Don Oreste!
Muchos se preguntaban cómo se las habría apañado el capo para dar con el escondrijo del infame sujeto. Algunos lo sabíamos, aunque callábamos por razones obvias. Los chicos de la familia habían ido secuestrando y torturando indiscriminadamente a todos los tipos que tuvieran, hubieran tenido, o hubieran podido tener que ver con el evadido y, naturalmente, alguno de ellos acabó cantando. Hay métodos de sobra para obtener confesiones fidedignas. Cierto que la mayoría de todos aquellos desdichados estaban completamente en la inopia y eran incapaces de proporcionar pista alguna, pero, como dice el jefe, “para hacer tortilla es necesario romper huevos”.
¿Por qué aplazó tanto la captura y ejecución del enemigo público nuestro Don Oreste Lupara? Suponemos que buscaba una coyuntura favorable al prestigio de la familia y a sus propios intereses. ¡Lo que sabe ese hombre!
Ya digo que nos sentimos legítimamente orgullosos de haber colaborado con nuestra discreta omertá en una operación de este calado a favor del orden establecido y, desde luego, participamos encantados en los banquetes y festejos organizados en celebración del evento.

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