martes, 1 de noviembre de 2011

LA PLUMA DEL POLLO 2



2. Connaissez vous Monsieur Pollo?

Conocí a Pollo Sanguinetti en Paris, naturalmente. Estaba sentado en un pretil de la Rive Gauche comiendo pipas de girasol, porque son muy buenas para el prostatismo, y arrojaba las cáscaras distraídamente sobre la gente que pasaba por allí en landó o peatonalmente, sin hacer distingos. Me subyugó de inmediato la desenvoltura y presencia de ánimo de aquel desconocido, que se dirigía a mi inesperadamente con una extraordinaria naturalidad:
- Joven: si usted continúa caminando con los pies hacia dentro acabará desgastando suelas y tacones de sus botas de forma inexorable y rapidísima. Al precio que está el calzado, debería usted tener más miramiento.
¡Era increíble! Con absoluta clarividencia y del primer vistazo el maestro había dado respuesta a una conjetura que me atormentaba desde mucho tiempo atrás. Manifesté de inmediato mi reconocimiento y entusiasmo y le rogué que se dignara acompañarme a una brasserie próxima para seguir analizando la cuestión con más detenimiento. Con su proverbial sencillez y bonhomía, Pollo Sanguinetti descendió de un ágil salto y me acompañó a “Chez Tonton Audebert”, donde conversamos durante un buen espacio de tiempo, en tanto que él ingería una docena de bollos de crema regados por varias pintas de cerveza. En la mesa vecina Paul Claudel escuchaba disimuladamente el agudo discurso de mi contertulio y en otro velador algo más distanciado André Gide le tiraba los tejos al camarero sin hacer maldito el caso a nuestra conversación. ¡Ah el asombroso Paris de aquellos años!
A partir de aquel día menudearon mis visitas al estudio de Pollo Sanguinetti, que residía a la sazón en una espaciosa mansarda del Trocadero , parte de cuyo tejado había hecho levantar para instalar allí sus gallinas y sus conejos sin que los animalitos se sintieran agobiados y pudieran vivir saludablemente al aire libre. La crianza y posterior sacrificio con fines culinarios de animales domésticos es, según Pollo, una actividad imprescindible para la especulación científico – filosófica, y así lo demuestra en su “Caligrafía del espíritu o aproximación al arte de vivir como un cura sin trabajar”. Por aquellas fechas el maestro realizaba un interesante experimento lingüístico consistente en recortar y pegar líneas alternativas de “Le Figaro” y “L´Humanité”. Te partías de risa cuando veías el resultado, oye. Aquel esforzado trabajo no le valió, sin embargo, la concesión de la Legión de Honor, que es lo que él se había propuesto. Años más tarde confesaría que le importaba un bledo, porque se había enterado de que tan apreciada distinción no lleva aparejada una pensión vitalicia, así que no entendía cómo los imbéciles de los franceses le daban tanta importancia.
La fértil imaginación de Vinicio Pollo Sanguinetti se puso bien de manifiesto en su temporada parisina, no sólo en asuntos de especulación y ciencia, sino también en cuestiones más vinculadas a lo pedestre y cotidiano. Sin abandonar por un sólo momento la composición de un extenso poema didáctico en el que fustigaba con rudeza a los detractores de la higiene bucal, creaba a la vez un sistema de polipastos que le permitía alcanzar las botas sin moverse de la cama. Pero, decíamos, también en asuntos domésticos y aparentemente triviales brilló por entonces el espabiladísimo cacumen del eximio, ya que, habiéndose enfrentado a la espinosa cuestión de cómo pagar el alquiler de su vivienda, logró salir airoso de ella merced a sus excelentes dotes para las relaciones públicas, y esto sí que merece párrafo aparte.
Era propietaria o casera del inmueble, o “maitresse”, como suelen decir los complicados franceses en su eterno afán de mixtificación, una tal madame Lafauve, quien simultáneamente desempeñaba las funciones de “concierge”, un importante cargo o jerarquía en concepto de la nación gala. El acendrado y hasta puntilloso espíritu de justicia de Pollo le impulsaba a rechazar categóricamente el pago de las deudas asociadas a la supervivencia, de modo que había decidido resistirse con energía al abono de la renta mensual. Tal determinación chocó inicialmente con la incomprensión de la poco ilustrada propietaria, que con toda seguridad no había leído el opúsculo de su renuente inquilino titulado “Apología del moroso”, porque sólo pensaba en espiar desde su garita mientras se daba grandes atracones de pan con salchichón. Pero Pollo era un hombre de mundo y un gran conocedor del alma femenina, así que cuando las cosas parecían haberse puesto francamente complicadas, descubrió una rendija de sensibilidad en el espíritu espeso de la gruesa Lafauve: una encantadora debilidad por el coito anal la redimía de un universo espiritual en otros aspectos muy limitado.
Así fue como, mediante una visita a la portería dos veces a la semana, Pollo se vio liberado de un engorro considerable y evitó hallarse en contradicción con uno de sus principios más firmemente arraigados. “Mato dos pájaros de un tiro, amigos míos: me libero de las miserias del sexo y a la vez me garantizo el confort indispensable para seguir dedicándome a la ciencia y al libre pensamiento”, solía decirnos a sus discípulos mientras observaba el progreso de la plantación de rabanitos que había instalado en su bañera, pues consideraba esta planta un remedio excelente contra la inapetencia sexual. Era muy emocionante ver a los vecinos del inmueble agolparse en la escalera todos los martes y jueves para vitorear a Pollo cuando descendía mayestáticamente en dirección a la portería en camisón, gorro de dormir y pantuflas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pollo.... ¡qué hombre!...un verdadero maestro... Gracias por compartir tus experiencias con tus fieles seguidores, querido Asno.