miércoles, 12 de septiembre de 2012

BANDERAS Y BANDERILLAS






Siempre he preferido las banderillas a las banderas. Las de anchoa, guindilla y aceitunita, sin hacer de menos a las de pimiento picante y huevo de codorniz. Me gustan, confieso mi debilidad por las banderillas.

En cambio las banderas pueden traerte complicaciones, porque, además, siempre hay algún espabilado dispuesto a esconder sus intereses más o menos mezquinos bajo los pliegues de una bandera. Creo que a eso le llaman patriotismo, otra palabra con carga explosiva. A mi me tocó jurar bandera, ceremonia consistente en aguantar horas bajo un sol de justicia con la bayoneta calada y jurando en arameo. Claro que esos juramentos no tenían nada que ver con la jura de bandera, sino más bien con cariñosos recuerdos para la progenie del mando en general. Lo único bueno es que después del show te solían dar un permisillo para que te olvidases de la bandera y de todas sus castas.

No recuerdo bien si las banderillas del permiso me las zampé en La Ferroviaria de Valladolid, o en el Urricelki de Pamplona, pero sé que estaban riquísimas.

En realidad la única bandera que me motiva algo es la bandera pirata, pero eso es sólo en el cine, porque los piratas de verdad, de los que disponemos en cantidad por estos pagos: especuladores, defraudadores y mamones de similar especie no me inspiran ninguna simpatía.

Bajo pretexto de patrias y banderas siempre se ha conducido a una masa de desdichados a morir o a matar a sus semejantes. Otras veces una bandera sirve para jorobar a los que no pueden acogerse bajo su benéfica sombra. En conjunto, se trata de unos trapos sumamente manipulables por la vía emocional, de modo que no conviene fiarse demasiado.

Eso no tiene nada que ver con el derecho a la autodeterminación de los pueblos, que es muy razonable; sobre todo cuando quede claro qué es eso de “los pueblos” y cuál es el alcance del término. En lo que a mi respecta, prefiero a León Felipe: “Que sean todos los pueblos / y todos los huertos, nuestros”. Debo de andar aún infectado de internacionalismo por culpa de Trotski y otras malas lecturas, así que no pretendo que nadie comparta ese punto de vista.

Con estas cosas de la Diada, el 12 de Octubre y demás manifestaciones de patriotismo banderizo me pasa como a Brassens: “La musique qui marche au pas, celà ne me regarde pas”. La verdad, lo siento.

Se me olvidaba que estos eventos de bandera suelen servir para plantarle al contrario un par de banderillas de las malas, las de los toros.

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