martes, 9 de octubre de 2012

REMEDIOS CASEROS PARA EL DESCRÉDITO






Dicen que al respetable público le está tocando las narices sobremanera la “clase política”. Mal asunto. Yo creo que más que por lo de “política” nuestros conciudadanos andan mosqueados con lo de “clase”.

¿Es que los políticos deben constituir una clase? ¿Deben constituir una especie de orden o categoría diferenciada, con fueros y hasta hábitos propios? Yo estoy convencido de que ellos están convencidos de que, efectivamente, son una “clase”.

Si no, no se entiende la alegre despreocupación con que reciben las descalificaciones de las encuestas y de la calle. Alguien les ha metido en la cabeza que ellos sí que saben y que el populacho iletrado se mueve por una especie de impulsos irracionales conducentes al error.

Se ve que todo mediocre instalado en un escaño desaloja en torno a sí cualquier atisbo de autocrítica y de sentido del ridículo.

A mi me hace mucha gracia que se traten de “señoría” los miembros de cualquier cámara, por muy enana que ésta sea. Incluso me parece que en algunos ayuntamientos se ha caído en este absurdo protocolo. No digo yo que tuvieran que tratarse de “colega”, “tío”, “tronco” o cosa similar, pero tampoco pasarse. El lenguaje sabemos que nunca es inocuo, así que en cuanto te ves tratado de “señoría” se te monta un globo mental del que no te bajan ni a guantazos. Si, de propina, te obsequian con tecnología punta por la cara, de forma tal que puedas jugar a marcianitos desde tu sillón, catas el mullido asiento del coche oficial y hasta puedes celebrar comidas de trabajo a trescientos euros cubierto, pues claro que te ves, no “clase”, ¡superclase!

Sería buena cosa que la célebre “clase” cuidase mucho más las formas y se fuera bajando de la nube. ¿Tan complicado es?

Hay otro factor de descrédito: el gregarismo. Cualquier “señoría” se despersonaliza y desaparece como individuo en cuanto se integra en el correspondiente grupo parlamentario, municipal o lo que sea. En este país es imposible que un político se manifieste de forma remotamente personal o independiente. ¿Cómo quiere, entonces, que no le tomen por el pito del sereno? En otros países se da el extraño fenómeno de que un jefe de filas tenga que andar convenciendo a su grey para que vote esto o aquello. Incluso que un parlamentario o afín decida que le gusta más la propuesta de otro grupo. Oye, y no le pasa nada. Acabar con estas tendencias gregarias exigiría reformar bastante normativa, desde la Ley Electoral, hasta los Reglamentos de las Cámaras. Vale: ¿pues a qué estamos esperando?

A mi lo del absentismo parlamentario me parece menos importante que el bochornoso espectáculo de la aclamación y el abucheo. Claro que tampoco es demasiado bueno, porque no parece nada serio. ¿Sería posible multar a los que no asistan, pero también a los que aclamen o abucheen? Da muy mala impresión.

Y lo de la pasta. De acuerdo con que un político tiene que recibir un salario digno; tanto como que un fontanero, un profesor, un dependiente de comercio, o un médico son acreedores a un estipendio razonable. Pero no más. Lo que sucede es que a uno se le ponen los ojos como platos, cuando se entera de lo que cobran muchos alcaldes, diputados provinciales, asesores de la institución que sea y miembros de la “clase” en general. De vez en cuando montan un circo jugando a la sobriedad con honores de chocolate del loro. No cuela, la gente no es tan gilipollas como piensan.

Y el caso es que la política y los políticos son necesarios; imprescindibles, diría yo. No vivimos en la Arcadia ni en el mundo de nunca jamás. Me parece que lo que mis paisanos detestan es, no la política y los políticos, sino esta forma de hacer política y las actitudes de la célebre “clase”.

Y perdonen mis eventuales lectores si hoy he abandonado mi habitual tono humorístico, pero es que igual me he levantado de peor humor que de costumbre.

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