Charles Louis de Secondat era un bromista, ese Montesquieu disfrutaba
liando a todo el mundo con sus extravagancias.
Por ejemplo, lo de la separación de poderes. ¿A quién se le
ocurre semejante disparate?
Bueno, a lo mejor a algunos anglosajones, siempre tan
peculiares, y eso con reservas; porque a ver si en los Estados Unidos de
América no es el poder económico el que acaba controlando todo o casi todo.
Desde luego aquí, en España, Montesquieu no cuela, somos bastante
espabilados como para que nos la dé con queso un francés, un gabacho, para
entendernos. De momento, el poder ejecutivo y el legislativo van necesariamente
de la manita, son casi poderes siameses. Nuestro sistema de listas cerradas y
bloqueadas permite al partido que logre una mayoría gobernar con la anuencia
total del parlamento que controla. Si la mayoría es absoluta, entonces es
cuando se llega a la completa perfección, pues la oposición parlamentaria pinta
menos que la chata. ¿Qué es eso de los “checks and balances"? ¡Vamos, hombre!
Lo del poder judicial es diferente, pero con sus matices. Si
el Consejo del Poder Judicial se lo reparten los partidos políticos, ya tenemos
ahí un primer agujero, así que pasando de Montesquieu. Si, en cuanto un juez se
pone un poco molesto, desaparece por arte de birlibirloque, algo huele a
chamusquina. Baltasar Garzón, Elpidio Silva y nos tememos que Ruz acaban fuera
de juego, qué coincidencia.
Y queda el fenómeno híbrido de la fiscalía. La reciente
dimisión de Torres Dulce, que, por cierto, había sido nombrado por el Gobierno,
coloca otra interrogación en el sistema. Aquí los fiscales no son electivos:
una carrera, una oposición y luego designaciones al canto.
Ya digo que ese Montesquieu puede colar en alguna parte,
pero aquí, ni hablar. Nosotros somos muy nuestros, ¡qué diablo!