
Ayer domingo nos juntamos en la Plaza de Lavapiés unos cuantos vecinos del barrio para hacer notar el abandono que nuestro peculiar habitat padece.
La verdad es que no resulta muy agradable andar por unas calles tan sucias, a las que nuestro digno Consistorio no regala un mal fregado desde hace siglos. Igualmente molesto resulta transitar entre rebaños de camellos, que así de prósperos y abundantes los hubiera querido para sí el glorioso Padre Abraham. Item más, fastidia bastante que la plaza haya sido ocupada por sujetos y sujetas harto gorrinos y ordinariamente ebrios, que arrojan detritus de toda índole sobre el recién apañado pavimento.
Paralelamente, los precios inmobiliarios están por las nubes; lees las ofertas y, en lugar del precio de un apartamento de treinta metros en la calle Amparo, parece que estás contemplando el valor de una casa con quinientos metros de jardín, piscina, sauna y mayordomo inglés en Miami Beach.
Pues allí estuvimos vecinos de todos los pelajes, desde la anciana exasperada tras su tercer atraco callejero, hasta el optimista progre, deseoso de habitar en la almendra del viejo Madrid, pasando por el hastiado comerciante, que ya no aguanta pérdidas en su negocio a causa de la mugre y el supuesto peligro.
Fue un acto simpático, falto de cualquier género de agresividad, en el que tuvimos de aperitivo un músico flamenco y de postre un estupendo cantante local, que nos deleitó con aquello de “Si te quiero es porque sos... Y en la calle, codo, a codo...” ¡Qué zurriagazo de nostalgia, madre mía!
Pero lo más curioso de todo ha sido la cantidad de explicaciones que hicieron falta para demostrar en la convocatoria a la distinguida concurrencia que no se trataba de una manifestación facha, ni racista, ni nada de todo eso. De hecho, allí me encontré con colegas de Izquierda Unida, del PSOE, de otras izquierdas menos rotuladas... En realidad, la mayoría de los presentes éramos de ese pelaje y afines. Había, añadiré, latinoamericanos, africanos, españoles y hasta madrileños propiamente dichos.
¿Por qué semejantes recelos? Pues creo yo que la reciente vocación pancartera de la derecha, con su despliegue de banderones, sus gritos de odio y su mala leche en general, nos hace desconfiar de cualquier género de convocatorias. De hecho, mi digna esposa, antes de salir de casa me decía muy seria: “Oye: como veamos por allí un solo facha, nos volvemos, ¿eh.”
Pues sí, señores, hasta aquí hemos llegado.
Y es bastante de preocupar que las posiciones simplemente cívicas, sin intención de meterle el dedo en el ojo al contrario, pierdan espacio en nuestra sociedad. Hay que remediar la situación y darle sitio a la ciudadanía; incluso hacerle caso cuando se moviliza por cuestiones que afectan directamente a su vida cotidiana.
Por ejemplo, a los de la otra manifa simultánea, los de la vivienda digna. A ellos también les sobra razón y alguien tiene que escucharles.