lunes, 31 de octubre de 2011

LA PLUMA DEL POLLO 1



1. Tras las huellas del Pollo

Arrojar un poco de luz sobre la vida y la obra de Vinicio Pollo Sanguinetti es un propósito de difícil consecución. Críticos y biógrafos prestigiosísimos han fracasado estrepitosamente en la tarea, han naufragado en el intento, han hecho el ridículo, han quedado muy mal y, la verdad, no sé para qué se habrán molestado; menuda pérdida de tiempo. Eso les sucede por meterse en camisa de once varas, los muy estúpidos, y perdón por la forma de señalar.
En primer lugar, a Pollo le gustaba mucho firmar cada vez con un nombre distinto (a la manera del célebre fadista portugués don Fernando Pessoa). Algunas veces, sí, se dejaba de líos y firmaba Vinicio Pollo Sanguinetti, y ya está; pero cuando estaba más en vena, firmaba con otros nombres, como, por ejemplo, Alex Boticelli, Semion Petrovich Projarchin, Juan Cojones, Emmanuel Kant o Elvira Lindo. De esa manera es probable que la mitad de sus obras no se le puedan atribuir con certeza y también que algunas obras de las rúbricas arriba mencionadas sean realmente atribuibles a Pollo Sanguinetti. Sólo la crítica textual más afinada sería capaz de pillarle las trampas y ponerlo todo en claro, pero la crítica textual no se ha tomado esa molestia, así que nada.
Incluso nosotros, los que un día gozamos de los beneficios de sus enseñanzas, me refiero a sus auténticos discípulos, nos las vemos y nos las deseamos para identificar con certeza los escritos del maestro. Algunas acaloradas discusiones sobre la autoría de este o aquel mamotreto han acabado a mamporros y pescozones, con que no hemos sacado nada en limpio y encima hemos tenido que irnos a nuestras casas con un ojo a la virulé o con alguna pieza dental de menos. Resulta lamentable que el maestro fuera tan liante e hijoputa. Ya podía haber dejado las cosas un poco más claras, digo yo.
Con la parte biográfica pasa tres cuartos de lo mismo, porque el condenado mentía una barbaridad y muchos de sus exégetas y epígonos se han creído todas sus trolas o se han inventado anécdotas por su cuenta y riesgo con el objeto de lucirse. La gente tiene muy poca vergüenza y, con tal de figurar, algunos son capaces de cualquier cosa. Mantecón Humedillo, por ejemplo, acepta como buena la supuesta participación de Pollo en la guerra greco – turca al frente de la artillería del Gran Khan y Bolarín Colgado admite el invento por nuestro polifacético de un sacacorchos levógiro, útil para abrir botellas de cariñena en las antípodas. ¡Menuda tontería! En cambio niegan categóricamente hechos históricamente probados, como el triunfo del maestro en un concurso de mear lejos celebrado en la playa de Sitges en 1946. Sañudo Pispajo se atreve, incluso, a poner en duda que Pollo sumergiera la cabeza de su primo Apolinar en una sopera para demostrar el grado de densidad de la porrusalda en forma práctica. Sin embargo, sabemos de sobra que todos los académicos presentes aplaudieron a rabiar y que de aquel hallazgo le resultaron beneficios importantes, como el nombramiento de académico correspondiente y levantarse a la señora del anfitrión, que estaba cojonuda.

domingo, 30 de octubre de 2011

LA TEORÍA TEATRAL DE POLLO



Una de las obras menos conocidas de Pollo Sanguinetti es su “poética”, que él personalmente intituló “La poiesis de Pollo” y rotuló la cubierta del manuscrito con muy cuidada caligrafía carolingia. La obra debía constar de veintinueve volúmenes, de los cuales los nueve primeros irían dedicados a todas y cada una de las musas del Parnaso: Calíope, Clío, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Euterpe, Polimnia y Urania, a quienes Pollo prefería nombrar: María de las Mercedes, Rosa María de Jesús, María Begoña Lucinda, Francisca María Fulgencia, María Teresa de Jesús, María del Dulce Nombre Belén, Josefa María Egipciaca, María Antonia Petronila y Manuela María Josefa, en reconocimiento a unas señoritas que le habían sido presentadas por Julio Augusto Septembrino en el ateneo literario “El Plectro Tucumano”.
Y ya que mencionamos al vate argentino, preciso será advertir contra la falacia de Noé Mora S.J., cuando acusa a Pollo de haber plagiado las conocidas “Sobras completas” de Septembrino. Nada más lejos de la verdad: Julio Augusto y Pollo se jugaron a los chinos sus respectivas obras completas en un conventillo de Salta y el primero de ellos las perdió, de forma tal que Pollo Sanguinetti estaba en su perfecto derecho de hacer con ellas lo que le acomodase. Por otra parte la caballerosidad y buen espíritu del Julio Augusto le impidieron malquistarse con su colega hispano; tanto así que durante su fructífera participación en las sesiones de “El Plectro Tucumano”, ambos volvieron apostar sobre cuál de los dos lograría llevarse al huerto el primero a las nueve cursis arriba mencionadas, obteniendo esta vez la victoria el aguerrido Septembrino por una cabeza.
Pues, a lo que íbamos: los otros veinte volúmenes de “La poiesis de Pollo” no tenía él muy claro de qué iban a tratar, pero hay que reconocer que hubiera sido un buen número de volúmenes y es una lástima que el insigne polígrafo no lograse completar más que el prólogo y algunos fragmentos de los libros III, XI y XXIII, porque tenía muchas otras cosas que hacer y no podía pasarse la vida perdiendo el tiempo con una obra menor sin las más mínimas perspectivas comerciales, o eso pensaba él.
Pues se equivocó de medio a medio, puesto que aquella magna obra, aún cuando incompleta, ofreció pingües frutos allí donde menos se hubiera podido esperar. Como decíamos, Pollo no estimaba en un ardite el maltrecho e inconcluso hijo de su ingenio, así que se lo regaló a Julio Augusto Septembrino para que calzase la pata de la mesa de la cocina. El vate tucumano aceptó encantado el presente e invitó a locro a su generoso donante, quien se olvidó por completo del asunto y tomó su avión para Belize a la hora prevista.
Pero quiso el azar que meses más tarde Septembrino entablase estrecha amistad con la psicoteatrauta porteña señorita Arabella Cominotti, directora del famoso “Taller de identidad geminal para la sustanciación del método”, que había ido a Tucumán para pronunciar unas conferencias muy bien retribuidas. Septembrino, siempre en vanguardia de la cultura local, no sólo logró pillar bastante bien los abstrusos principios de la psicoteatrología, expuestos muy elegantemente por la señorita Arabella, sino que se la llevó consigo a su casa para profundizar. Y en eso estaban, profundizando, en concreto sobre el suelo de la cocina, cuando la Cominotti profirió un alarido de júbilo, que Julio Augusto atribuyó equivocadamente al mero placer de los sentidos: ella había atisbado desde su privilegiada posición la cubierta algo borrosa y maculada de “La poiesis de Pollo” y, tras arrebatar de su emplazamiento aquel tesoro, se puso a leerlo febrilmente en tanto su colaborador sexual continuaba en solitario la faena. “Quedátela, mina, mas concluyamos el acto, ché”, proclamó el inspiradísimo amador. Así fue como la señorita Arabella Cominotti conoció y pudo aplicar las ideas teatrales de Pollo en su “Segundo Taller de identidad geminal para la sustanciación del método”, que instaló en el barrio madrileño de Malasaña en cuanto que hubo reunido la plata para el pasaje. El polvo, la verdad, lo remató a la remanguillé por no quedar mal.
No es que la señorita Arabella Cominotti fuera a tomarse las ocurrencias de Pollo al pie de la letra, porque para eso ya tenía ella una buenísima formación psicoteatral desde muy jovencita, pero algunas cosas le parecieron bien y ajustadas. Por ejemplo el capítulo del libro III dedicado a Shakespeare, que le pareció de perlas y se lo hizo aprender de memorieta a todos sus discípulos para que se empapasen. Pollo sostiene en ese capítulo algunos interesantes puntos de vista sobre el socorrido autor inglés, por ejemplo:
Es una tontería leerse las obras de Shakespeare para interpretarlas. En primer lugar, porque son complicadísimas y no se entiende la mayor parte de lo que dicen. En segundo lugar, porque ya las habrán leído muchas otras personas y ellas pueden informarte más o menos de lo que pone. En tercer lugar, porque ese hombre escribía demasiado y, encima, en inglés, con lo cual perderíamos mucho tiempo, que se puede emplear en otras actividades menos aburridas. Si hay que hacer Shakespeare, pues se hace, pero sin comerse el coco y como le salga a cada uno de la perinola.
La señorita Arabella asoció estos agudos conceptos con su particular versión de las teorias de desconstrucción de Grotowski, que ella había complementado con la práctica de la pulverización textual, uno de los más interesantes aspectos de la técnica que denominó “La minipimer de Cominotti”. La plasmación artística de este revolucionario sistema fue su espectáculo “Shakespeare global performance 99”, que la tituló en inglés para fardar de políglota y atraer a la juventud de nuestro tiempo. En ese espectáculo salía primero un actor en pelota con un cubo encima de la cabeza, lo que resultaba altamente simbólico y estimulante, y el que no pillase el simbolismo, pues allá él, porque luego salían otros actores metidos dentro de sacos de yute y daban volteretas por el escenario pegando berridos, y eso sí que tenía muchísimo mérito, porque seguro que algo quería decir, igual que los cirios y los ventiladores de la escenografía. Y es que ella había logrado, mediante la aplicación de las técnicas de pulverización y minipimer sintetizar en una sola y magnífica creación TODA la obra del cisne de Stratford.
Claro que para ejecutar proyectos de tal volumen subvencionables por la Consejería de las Artimañas, la psicoteatrauta Anabella necesitaba formar un tipo de actor muy especialmente preparado en su “Segundo Taller de identidad geminal para la sustanciación del método”, y una vez más iba a hallar en la doctrina Pollo la herramienta adecuada para complementar sus ya erráticas intuiciones sobre la doma de jóvenes aspirantes al martirio escénico. Dice efectivamente Pollo Sanguinetti en una brillante página del tratado XXII ligeramente maculada de café con leche en su ángulo inferior izquierdo:
El artista, ¿nace o se hace?... Pues no sé. Personalmente he tratado a pocos artistas, porque se pasan la vida quejándose y hablando mal los unos de los otros, así que me resultaban aburridos y por eso no les he hecho nunca demasiado caso. Nacer, nacen, y eso es evidente, porque, si no, no andarían por los cafés dándose importancia, ni se hacinarían en las aperturas de exposiciones con el objeto de alimentarse a base de canapés y aceitunas. Luego, nacer, nacen.
Ya, si se hacen o no se hacen, es harina de otro costal. Pero, en el caso de que decidan hacerse, deben hacerse buenos artistas y, sobre todo, cuidar mucho de su buena presencia y modales adecuados. El dramaturgo ha de tener pinta de dramaturgo, el pintor, de pintor, la cupletista, de cupletista y el entomólogo, de entomólogo. Si no, sería un barullo y bien pudiéramos encargarle un retrato a una clarinetista, quien, tal vez por mera cortesía, no desdeñaría el encargo y sacaría un churro que no podríamos colgar en la pared del salón.
Respecto a los actores, como que son un ganado aparte, porque constituyen un colectivo marcado por acusadas tendencias masoquistas, lo que les induce a concurrir colmados de ilusión a ordalías denominadas audiciones o “castings”, si se me permite el barbarismo; así pues la fabricación del actor ha de ser necesariamente dolorosa, si es que en ella pretendemos alcanzar el pláceme de los educandos, que eventualmente se traducirá en beneficios crematísticos.
La señorita Arabella tomó muy buena nota de este luminoso aserto de Pollo y lo puso en práctica sin vacilar en su tallercito de Malasaña. La psicoteatrauta porteña aplicó sin compasión alguna su “escalada de identidad geminal para la sustanciación del método” sobre las sufridas personas de un puñado de jovencitos ansiosos de gloria y purificación que se inscribieron en los cursos, una vez obtenida la cuantiosa suma de su importe mediante sablazos familiares y servicio de copas nocturnas con horario ilimitado en los más prestigiosos tugurios de la capital.
No entraremos en detalles sobre el extenso desarrollo del proceso, pero sí que explicaremos, por fundamental, que la Señorita Cominotti sostenía que la energía actoral reside en el escroto, motivo por el cual todo aspirante a estrella del espectáculo tiene que concentrarse en su escroto para llegar a ser alguien el día de mañana. “¿Y las que no tenemos escroto?”, preguntaba alguna discípula primeriza; y eso era porque no sabía que la gran psicoteatrauta había descubierto que existen dos clases de escroto: el fisioescroto, que está ahí colgando y el psicoescroto, que reside en la psique, y éste es el fetén. Cualquiera que se suspenda cuatro horas por un pie y pase otras cuatro dándose caña con sus semejantes a berrido limpio acabará localizando su psicoescroto, y ahí comienza su escalada de identidad geminal para la sustanciación del método.
Luego ya vienen los ejercicios de identidad retrospectiva, consistentes en localizar las identidades del catecúmeno en sus consecutivas reencarnaciones, lo que se obtendrá a lo largo unos cuantos años a base de golpear con un palito una taza de café, pero sin perder de vista el psicoescroto, porque sí no, no vamos a ninguna parte. Y todo ello por cantidades asequibles con financiación a cargo de prestigiosas entidades bancarias.
Durante largos y sacrificados años de abnegada tarea psicoteatrética, la señorita Arabella Cominotti logró una pingüe cosecha de psicóticos internados en diversas instituciones especializadas y una regular fortunita, que invirtió en bienes raíces allá en la Pampa, porque tal como está la cosa no era cuestión de comprar bonos del Estado. Fue una lástima que no lograse conocer a Pollo personalmente, porque seguro que hubieran congeniado.

El retorno de Pollo Sanguinetti



GLOSAS A LA
FILOSOFÍA Y/O CULINARIA DE
VINICIO POLLO SANGUINETTI


1. Los antiguos cocineros feacios -escribe Pollo- tenían muy a gala alimentar personalmente a los clientes de su figón. Sentaban en sus rodillas al comensal, si se trataba de un hombre importante y bien vestido, tal como un comerciante de Rodas o un banquero de Mileto, le colocaban la servilleta en torno al cuello y comenzaban a darle el alimento con su propia mano. Como los feacios eran famosos por la delicia de sus pescados, no era infrecuente que el plato fuera, por ejemplo, un excelente lenguado en salsa de garum; en cuyo caso, el solícito hostelero procedía, ante todo, a limpiar de espinas y desmenuzar, mezclándola con la salsa, la sabrosa carne, que luego ofrecía en pequeñas bolas untuosas y sazonadas al agasajado. Esto lo hacían acompañados por la música de una o dos flautistas de Patmos, carentes de las cuales ocasionalmente, emitían ellos mismos dulces arrullos bucales, lo que estimulaba el apetito y propiciaba la buena digestión, según asevera Córbites, médico de Anaxión el tirano.
A una reflexión sobre las costumbres y sobre la naturaleza de lo gástrico nos conduce la anécdota. Admitida la solicitud como virtud cardinal por muchas doctrinas, procede ser solícito el hostelero, o cualquier persona que reciba huéspedes en lo privado. Repare, no obstante, en la variedad de reacciones posibles en los recipendarios del beneficio, que, si son de temperamento bilioso o colérico, han de ser con mucho menos graciables que las del flemático, dejando de lado, por indeterminada, la respuesta del hombre sanguíneo.

Glosa: Pollo Sanguinetti basa estas últimas afirmaciones, con su tono escéptico e incluso desengañado, en la experiencia propia. Sabemos por la biografía de Majuelo , que Pollo desempeñó por algunos meses tareas de jefe de parrillas y cómitre de comensales en una posada de la sierra pobre, donde, habiendo intentado revivir las técnicas de los antiguos cocineros feacios, obtuvo los resultados de hacer disminuir la clientela en un 84% y ser recriminado por la dirección del establecimiento.

2. Sobre la combinación de los sabores hemos de remitirnos a Cayo Apicio y a Ding-Pao, cocinero del Gran Khan del que Marco Polo tantos y tantos elogios emite en el apéndice al libro de sus viajes . Gustó sobremanera el viajero italiano de sus bacaladillas en almíbar con salsa agridulce de frambuesa y queso de cabra. Pero es obra definitiva sobre el particular el Index curcumatim essentiarum sive mixtura variarum culinae speciarum de Nono Simplicio . El listado IV de Nono Simplicio da como buenas hasta doscientas combinaciones, y rechaza otras tantas. Entre las que acepta, reputándolas de exquisitas o muy sabrosas, tomaremos como ejemplo:
- Ajo, pasas de corinto y pimentón del Bierzo.
- Nata, cilantro y alcachofas.
- Anchoas en salazón y orejones de damasco.
- Mollejas de cordero, pan de higo y pimientos de Padrón.
- Higadillos de pato, uvas crudas y salmón ahumado.
Rechaza, por vulgares, el bacalao con garbanzos y espinacas, las judías con chorizo y hasta ciento noventa y ocho más, sólo en este cuarto listado.
En nuestra Dialéctica y síntesis del gusto sentábamos, sin embargo, que sólo paladares sensibles y cultivados son capaces de apreciar y elevar a trascendentes tales combinaciones. La elevación a la trascendencia, la esencialización de lo culinario estructurado es, por definición, el factor distintivo o de elevada referencia. Necios y poco cultivados gustadores rechazan lo sublime, tal como nos consta.

Glosa: Pollo practicó durante algunos años, los que permaneció como terapeuta gástrico en el Hospital del Spirito Santo del Vaticano, su cocina trascendental experimental, gracias a la comprensión y anuencia de la Madre Scelerata della Santa Spina, celadora de la sala de incurables. Los efectos estimulantes de la alimentación dieron como resultado el alta masiva de pacientes, supuestamente terminales, en menos de tres semanas.

3. Comer mucho, bueno y con frecuencia es mejor que comer poco, malo y de tarde en tarde. En esta máxima podemos resumir nuestro pensamiento. O, dicho en latín y en síntesis: multum, bonum, crebrum, a la manera del olímpico altius, citius, fortius. Tal ilustraba Edax en su disciplina dietaria haciendo no menos de seis comidas al día, en las que solía alternar manjares cálidos, refrigerantes, ácidos y suculentos o jugosos, como recomienda Prisco Craso . La clasificación y recomendaciones de Prisco fueron criticadas en su época, pero modernos filogastros han visto en ella un claro antecedente de la cocina berciana, hoy considerada altamente saludable por los bromatólogos. Así solía Edax consumir pavo encamisado en tocino y grasa de oca (cálido), pernil hervido con coles (refrigerante), lomo de buey al vapor con nabos y codornices (ácido) y ventresca de bonito en salsa de habas tiernas e higaditos de pollo (suculento), lo que hacía la primera serie de la primera comida, cada una de las cuales -siempre siguiendo a Prisco Craso- había de constar de cinco series de platos igualmente armonizados, salvo el resopón, para el que indica un gran hervido de pavipollo con legumbres secas y liebre en salazón, manjar que conjura la ardentía y previene el estómago para el resto del yantar.

Glosa: Pollo intenta en 1929 poner en práctica la minuta de Edax, a cuyo objeto se retira a una casona de Villablino que le parece adecuada al intento. Sin embargo, su capacidad digestiva, mermada por las fiebres que padeciera en la expedición a la Amazonia boliviana, le impide realizar personalmente todo el proyecto, y se ve obligado a contratar a una familia de campesinos locales, seleccionada entre las más saludables de la zona. Un retraso en los envíos de dinero de la anciana tía de Pollo, que había sido persuadida por él para participar como mecenas en el proyecto, da al traste con él en el momento más prometedor, cuando los aldeanos habían cesado de padecer los terribles vómitos y diarreas de los inicios.

4. De la culinaria acumulativa. A mayor número de ingredientes -postulamos- más riqueza y armonía del condumio. No sólo razones técnicas nos impulsan a formular tal axioma, sino también de orden metafísico, a cuyo fin y objeto tomaremos modelo en distintas versiones de la creación del mundo, dadas por las religiones de muchos pueblos. Los trwky de la isla de Santa Genoveva creen que el dios Ayawaaeso metió en un pellejo de mono todas las cosas del caos inicial sin olvidar ninguna de ellas, luego las cosió dentro del pellejo de mono y lo metió en un hornillo de piedras recalentadas. Cuando el asado alcanzó su sazón, Ayawaaeso comió toda la mezcla con gran apetido y, satisfecho, eructó, y del eructo fue formado el mundo, que tiene forma de gran marmita.
Una visión ingenua como la relatada (¿de dónde sacó el dios de los trwky el pellejo de mono, animal que aún no había sido creado?), no puede ser tomada a la ligera. La acumulación es el principio de lo armónico y perfecto. No desdeñemos, por tanto, nada de lo que contiene nuestra despensa, sea cual sea la naturaleza; mas ha de hervir todo junto en un puchero con agua y sal durante no importa cuanto tiempo, y habremos dado en la clave de lo metafísico-acumulativo.

Glosa: Aquí sigue Pollo la enseñanzas de Restituto, autor por el que no siempre manifiesta nuestro filogastro iguales preferencias. El general y culinarca Restituto logró, como sabemos, hacer que sus tropas cruzasen los Alpes en la mitad de tiempo que Anibal alimentándolas con olla podrida sazonada a partes iguales con cayena y azogue. La receta de la olla podrida que preparaba Restituto se ha perdido para la ciencia, pero parece ser que aplicaba intuitivamente el principio de la acumulación metafísica, y que llegó a juntar hasta seiscientos doce ingredientes de toda índole en aquel formidable manjar.

martes, 12 de julio de 2011

PRIMAS DE RIESGO


Yo siempre había pensado que tenía primas de riesgo. En mi ignorancia, creía que una prima de riesgo era una prima, carnal o segunda, pero especialmente muy carnal, que estaba buenísima y por eso mismo era un verdadero peligro, del que convenía mantenerse alejado. Claro que uno no se alejaba, sino todo lo contrario. Y ahí estaba el riesgo. Por ejemplo, mi prima Carmencita resultó ser una prima de muchísimo riesgo. De hecho, cuando nuestro común tío Don Equilipondio (nombre ficticio) descubrió los escarceos en que ambos andábamos, me montó un cirio de mucho cuidado. Era un hombre de arraigados principios morales, y eso toda Pamplona sabe lo que quiere decir. Claro que yo no le hice caso al tío Equilipondio y seguí arrimándome al fuego sin reparar en el riesgo de achicharramiento total.
Por fortuna, no llegó la sangre al río, pero no fue porque mi prima y yo no lo intentásemos al borde de la temeridad.
Otras primas de más o menos riesgo he tenido, o he creído tener. Mi amigo Agustín fue aún más audaz y acabó casado con uno de estos mágicos seres.
Pues bien, gracias a lecturas recientes de prensa autorizada, he salido de mi error. Una prima de riesgo no es una consanguínea suculenta, sino una hija de puta borde, que te la presenta un tal Moody’s y te lleva a la ruina inexorablemente. Pues vaya plan.

lunes, 4 de julio de 2011

EL RESCATE



Cuando la Princesa Helena (o Elena, que en eso no hay acuerdo entre los cronistas) vio llegar al caballero Sigfrido con su armadura, su caballo y todos los arreos propios del caso, sintió bastante alivio. La princesa estaba ya muy harta de aguantar las amenazadoras llamaradas y las ventosidades sulfúreas del dragón Freiemarket, que la mantenía cautiva. Por añadidura, la tenían bastante jorobada las continuas amenazas del bicharraco, que siempre le decía que se la iba a merendar de un momento a otro.
- Hola, soy el caballero Sigfrido y vengo a rescatarla a usted.
- Pues no sabe lo que me alegro, porque este dragón es un grosero y un antipático. Emite llamaradas, suelta pedos sulfurosos y se pasa todo el día amenazando con que se me va a merendar; así que usted comprenderá que me viene bien lo del rescate.
- Pues entonces véngase conmigo y acabemos de una vez por todas con esta desagradable situación.
- Oiga: ¿pero no tendría que cargarse primero al dragón? Es lo que suele pasar en estos casos. Se desencadena un feroz combate entre el caballero rescatador y la infame bestia, con resultado de muerte de esta última por herida cortante o punzante.
- Completamente innecesario. Usted ha leído demasiadas leyendas, por lo que veo. Lo importante es el rescate sin que proceda un episodio cruento precedente. ¡Hale, ya está rescatada, vámonos!
- Bueno…
La princesa se puso en pie, se enderezó la diadema y se dispuso a subir a la grupa del caballo. El dragón, dentro de su caverna, bostezó y se volvió de espalda.
- No, no, nada de eso. Usted caminará a pie tras mi caballo. Puede resultar algo penoso, pero es lo que toca. Por cierto: esa diadema puede molestarla para caminar, así que démela… Y el collar, las sortijas. Todas las joyas. Venga, vaya entregándomelas.
- Me parece un abuso, pero…
La princesa obedeció a regañadientes. A pocos hectómetros de la cueva el caballero Sigfrido detuvo su caballo.
- ¡Vaya! Veo que le incomoda el manto, y ese vestido de terciopelo tan recargado tampoco es ideal para un viaje de este tipo. Ande, quíteselos, que los rescates se hacen a fondo o no se hacen.
- Pero es que mi pudor. Yo soy una princesa y las princesas…
- Mire, no se ponga pesada. Yo tengo experiencia en esto de los rescates y sé cómo hacer las cosas. ¡Caray! ¿Y esa ropa interior tan sofisticada, con tanta cinta y encaje? ¡Fuera, fuera también!
- Pero es que entonces me quedaré en pelota…
- ¿Y qué? ¿Usted quiere que la rescaten, o no quiere que la rescaten?
- Yo, sí, pero es que voy a coger frío y además los enanitos del bosque y demás criaturas mágicas se me van a tomar a cachondeo.
- ¡Tonterías! Todo el mundo sabe lo que es un rescate y que tiene ciertos precios.
La Princesa Helena (o Elena) aceptó resignadamente los costes de la operación y continuó el viaje desnuda tras el soberbio alazán del caballero Sigfrido.
Opuso algún tímido reparo cuando el caballero le pidió que se pusiera culo en pompa con intenciones bastante claras, pero ya era demasiado tarde.

domingo, 3 de julio de 2011

PIRATAS Y PIRATAS



Hay piratas y piratas, eso es sabido. Ejercer la piratería no es cosa sencilla y cualquier aficionadete no puede lanzarse a la mar, enarbolar la bandera negra y liarse a piratear por las buenas y sin disgustos. Piratear, sea a gran o pequeña escala requiere unos conocimientos, un estilo y, sobre todo, una patente.
Ahí es donde surge la primera diferencia: no es lo mismo un pirata indocumentado, que un pirata documentado y en regla, que pasa a llamarse corsario de forma inmediata.
Ejemplar fue el caso del corsario (o pirata con carné) Edd “El Apandador”. Celoso de su condición y ufano por tener sus papeles en regla, este ejemplar personaje dedicó todas y cada una de sus singladuras a capturar piratas indocumentados, fueran estos grandes o pequeños, ricos o pobres. Lo normal, cuando topaba con uno de estos desaprensivos, hubiera sido que lo hiciese colgar de una gavia, o que mandase a su tripulación que le pasara por la quilla del navío. Pero Edd no era un pirata malasangre o hijoputa, de forma tal que evitaba esos tratos inhumanos. Se limitaba a imponer una tasa a sus capturas, de forma que suavizaba la merecida pena, al tiempo que lucraba las arcas de a bordo y podía permitirse algunas pequeñas dádivas entre oficialidad y marinería.
Eso no quita para que desempeñase el corso con eficiencia y severidad; tanto así que entendía que cualquier objeto navegante era ya de por sí sospechoso de piratería, de modo que todos ellos, de ser capturados, tenían que pagar un pequeño, casi simbólico tributo, por si las moscas.
Su novia Sindy “la Comprensiva” elogiaba mucho una conducta tan justa y coherente, así que le esperaba en la Isla Tortuga con mucha ilusión y le colmaba de mimos y caricias cada vez que el buen corsario tocaba puerto para descansar un poco de sus fatigosas correrías.
No se sabe con certeza cómo finalizó la ejemplar historia de Edd El Apandador, aunque algunos cuentan que su navío fue apresado por la Marina Real y le pusieron en el cepo con toda su chusma. Pero esto nunca se ha podido probar de modo fehaciente y otras versiones de la historia cuentan que su novia Doña Sindy le rescató de aquella desairada situación, incluso a precio de su fortuna y virtud. La verdad es que casi todas las historias de piratas son más bien confusas, salvo si anda Errol Flynn por medio.

viernes, 1 de julio de 2011

GRIEGOS CABREADOS



Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquileo; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves…
Así es como empieza la Iliada, y a partir de ahí comienza a liarse la parda. Los cabreos consecutivos de los griegos desembocan en una auténtica hecatombe. En aquellos tiempos quienes desencadenaban las oleadas de mala leche eran los dioses; ahora también, pero en estos tiempos el que corta el bacalao es Hermes, el “de multiforme ingenio (polytropos), de astutos pensamientos, ladrón, cuatrero de bueyes, jefe de los sueños, espía nocturno, guardián de las puertas…”, en lugar de Zeus. Le llaman “mercado”.
Tampoco hay que echar en saco roto el monumental cabreo de Ulises, cuando volvió a casa y se encontró aquello hecho unos zorros. ¡Menuda escabechina de pretendientes de su señora! Echó mano al arco y no dejó títere con cabeza, y es que, si a Ulises se le subía la sangre a la cabeza, ya no sabía cómo parar.
Pero lo peor del cabreo helénico llega cuando el griego enfadado pierde del todo la cabeza. Eso le pasó al gigantón Ayax, que se pilló el gran globo por un quítame allá esa armadura y, obcecado, se cargó un montón de ovejas, porque las confundió con los jefes aqueos, culpables de una injusticia. Y, digo yo, qué culpa tendrían los pobres ovinos para pagar el pato de esa manera. Es que Ayax ya no distinguía y tampoco se le puede culpar del todo.
Yo me lo pensaría dos veces antes de provocar un cabreo a los griegos, que ya se ve cómo las gastan cuando les tocan demasiado los cataplines. Pero estos políticos y estos banqueros parece que no leen a los clásicos. Me temo que, en general, no leen. Pues que se anden con cuidado.